Las zapatillas rojas
Cuentos de Andersen
En un rincón del mundo, donde el sol pintaba de oro los campos, vivía una pequeña llamada Karen. Era muy, muy pobre, tanto que sus zapatitos estaban hechos de trozos de tela vieja. Pero Karen era lista, y un día, ¡hop!, se hizo unos zapatos rojos con los retales que encontró. ¡Qué bonitos le parecían!
Un día triste, su mamá se fue al cielo. Karen se quedó solita, hasta que una señora mayor, muy amable y con un carruaje elegante, la vio y decidió cuidarla. La señora le compró ropa nueva y zapatos negros y sencillos, porque pensaba que el rojo era un color demasiado alegre para ciertas ocasiones.
Pero Karen no podía olvidar los zapatos rojos. Un día, la señora llevó a Karen a comprar zapatos nuevos. En la tienda, unos zapatos rojos, ¡rojo cereza brillante!, parecieron sonreírle a Karen. Eran tan preciosos que, aunque la señora prefería unos más discretos, Karen pidió y pidió con tanta ilusión que al final se los compraron para una fiesta especial. Pero Karen no pudo esperar.
El domingo siguiente, Karen se puso sus zapatos rojos para ir a la iglesia. ¡Todos la miraban! Los zapatos brillaban tanto que era difícil no fijarse en ellos. Un viejo soldado que estaba en la puerta le dijo con una sonrisa: "¡Vaya zapatos bonitos para bailar!"
Y de repente, ¡zas! Los zapatos empezaron a moverse solos. Primero un pasito tímido, luego otro más decidido, ¡y Karen no podía pararlos! Bailó y bailó saliendo de la iglesia, por las calles adoquinadas, y siguió bailando por los campos verdes. "¡Ayuda!", gritaba, pero los zapatos tenían vida propia.
Bailó durante días y noches sin parar. Estaba agotadísima y muy triste. En un bosque oscuro, se encontró con un ángel con una espada brillante (algunos dicen que era el mismo soldado con su barba roja) que le dijo con voz seria: "Bailarás con tus zapatos rojos hasta que estés pálida y fría. ¡Bailarás de puerta en puerta, y los niños te tendrán miedo!"
Karen estaba desesperada. Ya no quería los zapatos rojos, ¡los odiaba con toda su alma! Llegó llorando a la casa del leñador que también hacía de verdugo en el pueblo y le suplicó: "Por favor, córtame los pies para que estos zapatos dejen de bailar". El leñador, con mucha tristeza en el corazón, tuvo que hacerlo.
Los zapatos rojos, con los piececitos dentro, siguieron bailando solos y se perdieron en el bosque oscuro. A Karen le hicieron unos pies de madera y aprendió a caminar con ellos. Se fue a vivir humildemente y ayudaba en la casa del pastor del pueblo. Ya no pensaba en vestidos bonitos ni en zapatos de colores, solo en ser buena y ayudar a los demás.
Un domingo, mientras todos estaban en la iglesia, Karen rezaba en su pequeño cuarto. De pronto, una luz dorada y cálida la envolvió, y sintió una paz tan grande como nunca antes. Su alma, ligera y feliz, voló hacia el cielo, donde los ángeles cantaban y donde ya no necesitaba zapatos para sentir la alegría eterna.
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