• El jardín del paraíso

    Cuentos de Andersen
    En un castillo lleno de libros y mapas, vivía un príncipe muy listo. Le encantaba leer sobre lugares mágicos, y su sueño más grande era encontrar el Jardín del Paraíso, un lugar del que hablaban las leyendas más antiguas.

    Una noche de tormenta, mientras el viento soplaba con fuerza, ¡toc, toc!, alguien llamó a la ventana del príncipe. Eran los vientos, ¡los cuatro hermanos! Primero entró el Viento del Norte, envuelto en copos de nieve, y contó historias de osos polares y auroras boreales. Luego llegó el Viento del Oeste, despeinando al príncipe y trayendo el olor a desiertos lejanos y praderas salvajes. Después, el Viento del Sur, cálido y perfumado, susurró sobre selvas exuberantes y flores exóticas.

    Finalmente, apareció el Viento del Este. Era el más gentil y sabio de todos. El príncipe, con los ojos brillantes de emoción, le preguntó: "Oh, Viento del Este, ¿tú conoces el camino al Jardín del Paraíso?".

    El Viento del Este sonrió. "Claro que sí, pequeño príncipe. Es un largo viaje, pero si eres valiente, te llevaré. Primero, debemos visitar a mi madre, la Vieja Dama de los Vientos, que vive en una cueva en las montañas más altas".

    El príncipe, sin dudarlo, aceptó. Se abrigó bien y, agarrado fuerte a la espalda del Viento del Este, emprendieron el vuelo. ¡Qué aventura! Cruzaron océanos espumosos, montañas nevadas y valles llenos de flores de colores que nunca antes había visto.

    Llegaron a una cueva inmensa, donde la Mamá de los Vientos los recibió con una sonrisa tan grande como el cielo. Era una anciana amable con el cabello como nubes blancas. Después de escuchar el deseo del príncipe, le dio su bendición.

    Así, el Viente del Este llevó al príncipe aún más lejos, hasta llegar a una isla flotante, escondida entre nubes doradas. ¡Era el Jardín del Paraíso! Todo era hermoso: árboles con frutas que brillaban como joyas, flores que cantaban melodías dulces y animales amigables que se acercaban a saludar.

    En el centro del jardín, junto a una fuente de agua cristalina, estaba el Hada del Paraíso. Era la criatura más bella que el príncipe había imaginado, con alas de mariposa y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.

    "Bienvenido, príncipe", dijo el Hada con voz suave. "Puedes quedarte aquí y disfrutar de todo lo que ves. Solo hay una regla: no debes besarme bajo el Árbol del Conocimiento, ese árbol grande con manzanas doradas que ves allí. Si lo haces, el jardín desaparecerá para ti y tendrás que marcharte".

    El príncipe estaba maravillado. Pasó días felices jugando con los animales, comiendo frutas deliciosas y escuchando las historias del Hada. Se sentía tan feliz que a veces olvidaba el mundo exterior.

    Pero un día, mientras paseaban de la mano cerca del Árbol del Conocimiento, el príncipe se sintió tan lleno de amor y gratitud por la belleza del Hada y la magia del jardín, que olvidó la advertencia. Se inclinó y le dio un tierno beso en los labios.

    En ese instante, ¡BOOM! Un trueno retumbó en el cielo. Las flores perdieron su color, los animales se escondieron asustados y el jardín entero comenzó a desvanecerse como un sueño. El Hada lo miró con tristeza.

    "Lo siento, príncipe", susurró. "Rompiste la única regla".

    El Viento del Este apareció de nuevo, esta vez con una expresión seria. Tomó al príncipe y lo llevó de vuelta a su castillo.

    El príncipe estaba muy triste. Había perdido el Jardín del Paraíso. Pero en su corazón, guardaba el recuerdo de su increíble belleza y la dulzura del Hada. Y aunque ya no podía volver, aprendió una lección importante: a veces, las cosas más maravillosas tienen reglas que debemos respetar, y la felicidad también está en atesorar los buenos recuerdos. Y de vez en cuando, cuando el Viento del Este soplaba suavemente por su ventana, el príncipe sonreía, recordando su aventura en el jardín más hermoso del mundo.

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