El trigo sarraceno
Cuentos de Andersen
En un campo lleno de sol y alegría, crecían muchas plantas. Estaba la avena, que susurraba secretos con el viento; la cebada, con sus espigas doradas; y el centeno, alto y serio. Y entre todos ellos, había una planta de trigo sarraceno.
El trigo sarraceno era un poco presumido. Tenía unas flores blancas y rosadas muy bonitas, y se sentía el más elegante del campo.
"¡Mírenme!", parecía decir con cada brisa. "Soy mucho más guapo que ustedes, con sus colores aburridos".
Los otros cereales no le hacían mucho caso. Estaban ocupados creciendo y madurando.
Cerca de allí, había un viejo sauce llorón, con ramas largas que casi tocaban el suelo. El sauce había visto muchas primaveras y muchos inviernos, y era muy sabio.
Un día, el sauce le dijo al trigo sarraceno: "Amigo trigo sarraceno, eres muy bonito, sí. Pero cuando veas que se acerca una tormenta fuerte, con truenos y relámpagos, es mejor que inclines tu cabeza, como hacemos todos. Así el peligro pasará de largo".
El trigo sarraceno se rió. "¿Inclinarme yo? ¡Pero qué dices, viejo sauce! Soy demasiado orgulloso y hermoso para agacharme ante nada ni nadie. Me quedaré bien derecho para que todos vean mi valentía".
Pocos días después, el cielo se puso muy oscuro. Nubes negras y pesadas llegaron corriendo, y el viento empezó a soplar con fuerza. ¡Bum! ¡Bum! Sonaron los truenos a lo lejos.
"¡La tormenta! ¡La tormenta!", susurraron las otras plantas. Y todas, la avena, la cebada, el centeno, y hasta las pequeñas flores silvestres, inclinaron sus cabezas hacia la tierra. El viejo sauce también dobló sus ramas flexibles.
Pero el trigo sarraceno se quedó tieso como un palo. "¡Ja! Miedosos", pensó. "Yo no me doblo".
De repente, el cielo se iluminó con un fogonazo cegador. ¡ZAS! Un relámpago cayó del cielo como una flecha de fuego. Y ¿dónde creen que cayó? ¡Justo encima del orgulloso trigo sarraceno!
Cuando la tormenta pasó y el sol volvió a salir, todas las plantas levantaron sus cabezas. Estaban un poco mojadas, pero sanas y salvas. Miraron a su alrededor.
El trigo sarraceno ya no era blanco y rosado. Estaba completamente negro, quemado por el rayo. Sus bonitas flores habían desaparecido, y solo quedaba un tallo chamuscado y triste.
"Pobre trigo sarraceno", suspiró el viejo sauce. "A veces, un poquito de humildad te puede salvar de un gran susto".
Y así, el trigo sarraceno, que antes era tan presumido, se quedó como un recordatorio en el campo de que el orgullo excesivo no siempre es bueno.
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