La Abuela
Cuentos de Andersen
En una habitación tranquila, donde el sol entraba suavecito por la ventana, vivía una abuela. Tenía el pelo blanco como el algodón y unos ojos llenos de cariño. Su cara estaba llena de arruguitas, ¡pero cada arruga contaba una historia!
Un día, la abuela se sintió muy cansada, tan cansada que se quedó en su cama. Cerró los ojos despacito, y aunque su cuerpo estaba quieto, su mente empezó a viajar.
De repente, ¡zas! Ya no estaba en su cama. ¡Estaba en un jardín lleno de rosas rojas y amarillas! El sol brillaba y ella era joven otra vez, con un vestido bonito. A su lado, un joven apuesto le sonreía y le ofrecía la rosa más bella. ¡Qué alegría sintió la abuela al recordar ese momento tan feliz!
Luego, ¡puf! El jardín desapareció. Ahora escuchaba risas de niños. ¡Eran sus hijos! Pequeñitos, corriendo y jugando a su alrededor. Uno le tiraba de la falda, otra le enseñaba un dibujo. La abuela los abrazaba fuerte, fuerte, sintiendo el calor de sus pequeños cuerpos.
Y de pronto, vio a su querido esposo, que ya se había ido al cielo hacía tiempo. Él le tendía la mano, con la misma sonrisa amable de siempre. Juntos, caminaban por un sendero lleno de luz, donde no había preocupaciones, solo paz.
La abuela sintió que algo muy suave y cálido la envolvía. No era tristeza, ¡era paz! Era como si un ángel muy bueno hubiera venido a buscarla para llevarla a un lugar precioso. Ya no sentía cansancio ni dolor. Solo sentía amor y alegría, recordando todos los momentos bonitos de su vida.
A la mañana siguiente, cuando el sol volvió a entrar por la ventana, la abuela seguía en su cama. Estaba muy quieta, y en su cara había una sonrisa dulce, como si estuviera soñando algo maravilloso.
La gente que la quería mucho se puso un poco triste, claro, porque la iban a extrañar. Pero al ver su carita tan tranquila, supieron que la abuela estaba feliz, en un lugar donde se había reunido con todos sus seres queridos y donde las flores nunca se marchitaban.
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