• La tetera

    Cuentos de Andersen
    En el estante más alto de la cocina vivía una Tetera muy presumida. Estaba hecha de la porcelana más fina y brillante. Tenía un asa elegante, un pitorro perfecto para servir el té sin derramar ni una gota, y una tapa que encajaba como un guante.

    "¡Soy la reina de la mesa del té!" solía pensar. "Miro desde arriba a la azucarera y a la jarrita de la leche. ¡Ellos no son tan importantes como yo!"

    Cada tarde, cuando llegaba la hora del té, la Tetera se sentía la estrella. La llenaban con agua caliente y hojas de té aromáticas, y luego servía el líquido dorado en tazas delicadas. ¡Qué importante se sentía!

    Un día, mientras la llevaban con mucho cuidado a una fiesta muy especial, ¡zas! Una mano un poco torpe la dejó caer. El asa se rompió, el pitorro se partió y la tapa se astilló.

    "¡Oh, no! ¡Qué desastre!" lloriqueó la Tetera. "Ya no sirvo para nada. ¡Qué vergüenza!"

    La pobre Tetera rota fue apartada y olvidada en un rincón oscuro. Se sentía muy triste y sola. Ya nadie la admiraba.

    Hasta que un día, una señora con una sonrisa amable la vio. "Aunque estés rota," dijo la señora, "todavía eres bonita y puedes ser útil." Y se la llevó a su humilde casita.

    La señora no intentó arreglar el asa ni el pitorro. En lugar de eso, llenó la Tetera con tierra fresca y suave. Luego, con mucho cariño, plantó un bulbo de flor dentro.

    La Tetera no entendía nada. "¿Tierra? ¿Una planta? ¿Para esto he quedado?" pensaba con un poco de tristeza.

    Poco a poco, el bulbo empezó a crecer. Primero una hojita verde, luego otra. Y un día, ¡floreció la flor más hermosa que la Tetera jamás había visto! Era de un color rojo brillante y olía de maravilla.

    La Tetera se sintió muy feliz. Ya no era la reina de la mesa del té, pero ahora era el hogar de algo vivo y precioso. Los niños de la casa venían a admirar la flor y sonreían al verla.

    Descubrió que ser útil y dar alegría era mucho más importante que ser perfecta y presumida. Y así, la Tetera rota, con su flor radiante, sonreía cada día en la ventana, más contenta que nunca.

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