• El sueño bajo el sauce

    Cuentos de Andersen
    En un pueblito rodeado de campos verdes, justo al lado de un río que cantaba al pasar, crecía un sauce llorón enorme, ¡tan grande que sus ramas parecían una carpa de circo! Debajo de este árbol mágico vivían y jugaban dos niños llamados Knud y Johanne.

    Knud era un soñador, a veces un poco torpe, y siempre tenía la cabeza en las nubes, imaginando aventuras increíbles. Johanne, en cambio, era pura chispa, rápida como una ardilla y con una sonrisa que iluminaba hasta el día más nublado. Juntos, el sauce era su castillo, su barco pirata y el lugar donde se contaban todos sus secretos.

    —Cuando seamos grandes —decía Knud un día, mientras miraban las hojas del sauce bailar con el viento—, ¡te construiré una casa aquí mismo!
    —¡Y yo plantaré flores de todos los colores! —respondía Johanne, aplaudiendo.
    Prometieron ser amigos para siempre, ¡palabra de sauce!

    Pero un día, ¡cataplún!, la vida dio una voltereta. La familia de Knud tuvo que mudarse lejos, muy lejos. Knud se fue a la ciudad para aprender a ser zapatero. ¡Qué triste despedida bajo el sauce! Johanne le regaló una cinta roja para que no la olvidara.

    Pasaron los años. Knud se convirtió en un zapatero muy hábil, ¡hacía zapatos que parecían bailar solos! Johanne creció y se convirtió en una joven hermosa, con la misma sonrisa brillante.

    Un buen día, Knud decidió volver a su pueblo. Su corazón latía ¡pum, pum, pum! al pensar en Johanne y en su viejo sauce. Corrió hacia el árbol, pero ¡oh, sorpresa! Allí estaba Johanne, sí, pero paseaba del brazo de un posadero rico y sonriente, que le ofrecía dulces y le contaba chistes.

    El corazón de Knud hizo un pequeño ¡crac! Se sintió como un zapato viejo y olvidado. Se acercó al tronco del sauce y, con una pequeña navaja, talló con cuidado un corazón con una K y una J dentro. Luego, con los ojos un poco llorosos, se marchó de nuevo.

    Knud viajó por muchos lugares, hizo zapatos para gente importante y se hizo famoso por su buen trabajo. Pero nunca, nunca olvidó a Johanne ni las tardes bajo el sauce.

    Muchos, muchísimos años después, cuando Knud ya era un anciano con el pelo blanco como la nieve y caminaba con un bastón, sintió una gran nostalgia y decidió visitar su pueblo una última vez.

    Fue directo al sauce. ¡Seguía allí, más grande y majestuoso que nunca! Y sentada en un banco debajo, había una ancianita de pelo también blanco y ojos amables. Miraba el río con una sonrisa tranquila.

    Knud se acercó despacio. La ancianita levantó la vista.
    —¿Knud? —preguntó con una voz suave como una caricia.
    —¿Johanne? —respondió Knud, con el corazón dándole un brinco.

    ¡Eran ellos! Se sonrieron. Hablaron durante horas, recordando sus juegos, sus sueños de niños. Knud buscó en el tronco y allí, un poco borroso por los años, pero todavía visible, estaba el corazón con la K y la J. Johanne sacó de un pequeño bolsillo una cinta roja, un poco descolorida.

    No se habían casado ni habían construido la casa bajo el árbol como soñaron de pequeños, pero al mirarse, supieron que la amistad que nació bajo aquel sauce había sido un tesoro verdadero. Y mientras el sol se ponía, pintando el cielo de naranja y rosa, los dos viejos amigos sonrieron, sabiendo que algunos sueños, aunque no se cumplan exactamente como uno espera, dejan recuerdos hermosos que duran para siempre, como las raíces fuertes de su querido sauce llorón.

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