La campana
Cuentos de Andersen
En una ciudad rodeada de un bosque grande y misterioso, la gente empezó a oír un sonido muy especial. ¡Din, don, dan! Sonaba como una campana, pero mucho más bonita que cualquier campana que hubieran oído antes. Solo se escuchaba cuando el sol empezaba a esconderse y el cielo se pintaba de colores.
Todos en la ciudad sentían curiosidad. "¿De dónde vendrá ese sonido tan dulce?", se preguntaban. Así que muchos decidieron ir a buscarla al bosque. Pero el bosque era grande y un poco enredado.
Un grupo salió un día, muy decidido. Pero al poco rato, uno vio un puesto de pasteles recién hechos y pensó: "Mmm, ¡qué rico! Buscaré la campana después de un pastelito". Y se quedó comiendo. Otro encontró un arroyo fresquito y se puso a jugar con los barquitos de hojas. ¡Se olvidó de la campana! Algunos simplemente se cansaron y dijeron: "¡Uf! Esta campana está muy lejos", y se dieron la vuelta.
Un día, un grupo de jóvenes que se preparaban para una fiesta importante en sus vidas, decidieron que ellos sí encontrarían la campana. Entre ellos había un chico muy elegante, con zapatos nuevos y brillantes, que era hijo de una familia rica. También iba un chico sencillo, con zapatos un poco gastados pero con una sonrisa amable; este chico era un príncipe, aunque nadie en el pueblo lo sabía.
El chico rico tomó un camino que parecía más fácil y rápido. "¡Seguro que llego primero!", pensó, y se adelantó. El príncipe, en cambio, eligió un sendero más escondido, lleno de flores silvestres y árboles altos. A veces tenía que apartar ramas o saltar sobre raíces, pero seguía adelante, escuchando con atención.
El chico rico llegó pronto a un lugar donde el sol se filtraba entre los árboles. "¡Ajá!", dijo. "Seguro que la campana está por aquí". Pero aunque el lugar era bonito, el sonido mágico parecía venir de un poco más allá, y un poco más arriba.
Mientras tanto, el príncipe seguía su camino. Se encontró con un anciano que recogía leña y le ayudó un rato. Vio un pajarito que se había caído del nido y lo devolvió con cuidado. Cada paso lo sentía más cerca del sonido.
Finalmente, justo cuando el sol se ponía y el cielo era una pintura de naranjas, rojos y morados, el príncipe llegó a un claro en lo más alto del bosque. Y allí, sentado en una gran roca, un poco desanimado, estaba el chico rico.
De repente, el aire se llenó del sonido más puro y maravilloso que jamás habían oído. ¡Din, don, dan! Pero no había ninguna campana de metal colgada de un árbol. Miraron a su alrededor.
El sonido venía del sol despidiéndose en el horizonte, de las hojas de los árboles susurrando con la brisa, del canto de los últimos pájaros antes de dormir, del silencio profundo y tranquilo del bosque. Todo junto creaba una música increíble, como la campana más grande y hermosa del mundo. Era como si la naturaleza entera fuera una iglesia gigante, y esa era su campana.
Los dos chicos se miraron. El príncipe sonrió. El chico rico también sonrió, un poco avergonzado al principio, pero luego con alegría. Habían encontrado la campana, no una hecha por humanos, sino una hecha de toda la belleza del mundo. Y entendieron que las cosas más maravillosas a veces no se pueden tocar con las manos, solo se pueden sentir con el corazón.
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