El caracol y el rosal
Cuentos de Andersen
En un jardín muy bonito, donde el sol calentaba las flores, vivía un Caracol. No era un caracol cualquiera, ¡no señor! Este Caracol pensaba que era muy, muy importante. Cerca de él, crecía un Rosal precioso, lleno de rosas rojas y perfumadas que alegraban la vista a cualquiera que pasara.
Un día, el Caracol miró al Rosal y dijo con voz un poco gruñona:
—Tú solo sabes dar flores y oler bien. ¡Qué cosa más simple! Yo, en cambio, tengo un mundo entero dentro de mí. Pienso mucho, ¿sabes? El mundo no me necesita para nada.
El Rosal, con sus hojas verdes y brillantes, se mecía suavemente con la brisa.
—Yo doy rosas —susurró con dulzura—. Es lo que me gusta hacer. Doy lo mejor de mí al mundo.
—¡Bah! —resopló el Caracol—. El mundo puede esperar. Yo me basto a mí mismo.
Y a veces, cuando estaba de muy mal humor, el Caracol escupía un poquito. Pensaba que así demostraba que el mundo no le importaba nada de nada.
Pasaron los días, las semanas y hasta los años. El Rosal seguía dando flores hermosas cada primavera y verano. Las abejas venían a visitarlo zumbando felices, los niños se acercaban a oler sus rosas con sonrisas grandes y el sol le daba besitos de luz cada mañana. El Rosal se sentía feliz de compartir su belleza.
Y el Caracol… bueno, el Caracol seguía siendo un caracol. Se escondía en su concha cuando llovía, salía a pasear muy despacito cuando el sol no picaba fuerte, y seguía pensando en sus cosas importantes. De vez en cuando, todavía escupía un poquito.
Un día, el Rosal, que ya había visto pasar muchas estaciones, le dijo con cariño:
—Amigo Caracol, ¿no te gustaría hacer algo por el mundo? Dar algo, aunque sea pequeñito, como yo doy mis rosas.
El Caracol sacó sus antenitas y las movió pensativo.
—¿Para qué? —contestó—. El mundo ya tiene demasiadas cosas. Yo tengo mi propio mundo aquí dentro, en mi concha, y es mucho más interesante que todo lo de afuera. Además, ¿qué podría dar yo?
El Rosal no dijo nada más. Simplemente, siguió floreciendo, regalando su perfume y sus colores a todos los que pasaban por allí. El sol, la lluvia y hasta el rocío de la mañana lo querían mucho, porque el Rosal siempre les ofrecía su alegría.
El Caracol, mientras tanto, seguía en su concha, pensando que él era el centro de su propio universo. Y el mundo, bueno, el mundo siguió girando, lleno de rosales que daban flores maravillosas y caracoles que… bueno, que eran caracoles y se guardaban todo para ellos.
1112 Vistas