El tesoro dorado
Cuentos de Andersen
En un reino donde la música llenaba el aire, vivía un joven llamado Pedro. Pedro era tamborilero. No tenía mucho dinero, pero sí un corazón grande y una sonrisa lista. Su mamá lo quería mucho, y él a ella. Su mejor amigo era su tambor, ¡bum, bum, bum!
A veces, Pedro soñaba. Soñaba con un tesoro dorado, ¡montañas de monedas brillantes! "¡Qué maravilla sería!", pensaba.
Un día, el rey del país necesitó soldados valientes. Pedro, con su tambor al hombro, se unió al ejército. ¡Bum-BUM! Su tambor marcaba el paso y daba ánimo a todos.
En las batallas, Pedro no tenía miedo. Tocaba su tambor con tanta fuerza y alegría que los soldados se sentían más fuertes. ¡Hasta el enemigo se sorprendía! Pedro se convirtió en un héroe.
El rey, muy contento, le dio una medalla brillante y lo nombró capitán. En el palacio, Pedro conoció a la princesa. Ella era tan dulce como una fresa y tenía una risa como campanitas. Pedro y la princesa se hicieron muy amigos, y luego, ¡se enamoraron y se casaron!
Ahora Pedro vivía en un castillo, ¡imagínense! Tenía ropas bonitas y comida deliciosa. Pero un día, mientras miraba a su esposa y a sus pequeños hijos jugar y reír en el jardín, recordó su viejo sueño del tesoro dorado.
De repente, Pedro sonrió. ¡Claro! Su verdadero tesoro no eran monedas ni joyas. Su tesoro dorado era el amor de su esposa, las risas de sus hijos, el recuerdo cariñoso de su mamá y la alegría en su propio corazón. ¡Eso valía más que todo el oro del mundo!
Pedro siguió siendo un gran capitán y un esposo y padre feliz. Y a veces, tomaba su viejo tambor y tocaba para sus hijos, recordando que el tesoro más valioso no siempre brilla como el oro, pero sí llena el corazón de felicidad.
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