• El cuello de la camisa

    Cuentos de Andersen
    En un cajón muy elegante, entre pañuelos de seda y guantes finos, vivía un Cuello de Camisa. No era un cuello cualquiera, ¡oh no! Este Cuello se sentía el más importante de todos, porque pertenecía a un caballero muy distinguido.

    "Soy la pieza principal", pensaba el Cuello mientras lo planchaban con cuidado. "Sin mí, el caballero no luciría tan apuesto".

    Un día, el Cuello vio a una Liguera de encaje muy delicada. Era elástica y bonita. "¡Vaya!", se dijo el Cuello. "Ella sería una esposa perfecta para alguien tan distinguido como yo". Así que, con su mejor aire de importancia, le dijo: "Señorita Liguera, ¿le gustaría ser mi esposa? Formaríamos una pareja muy elegante".

    La Liguera, que era bastante tímida, se sonrojó un poco y respondió: "Oh, Señor Cuello, usted es muy amable, pero... creo que somos muy diferentes. Yo soy más de estar escondidita".

    El Cuello se sintió un poco ofendido, pero no se dio por vencido. "Bueno, si ella no aprecia mi valor, alguien más lo hará", pensó.

    Poco después, vio unas Tijeras de costura, brillantes y afiladas. "Señora Tijeras", dijo el Cuello, "usted es tan precisa y corta con tanta gracia. ¿No le gustaría unirse a un cuello de mi categoría?".

    Las Tijeras hicieron un pequeño "clic-clac" que sonó a risa. "Querido Cuello, yo estoy muy ocupada cortando hilos y telas. No tengo tiempo para matrimonios", y siguieron con su trabajo.

    El Cuello suspiró. Luego vio la Plancha caliente que lo dejaba tan liso y perfecto. "Señora Plancha", propuso, "usted y yo hacemos un gran equipo. Usted me da forma, yo luzco impecable. ¿Qué me dice?".

    La Plancha soltó un bufido de vapor. "Yo solo hago mi trabajo, Cuello. No busco compañía, solo alisar arrugas".

    Incluso intentó suerte con un Peine que estaba cerca. "Señor Peine, con todos esos dientes tan ordenados, seguro que entiende de elegancia..." Pero el Peine estaba demasiado ocupado desenredando unos cabellos imaginarios y ni siquiera le contestó.

    El pobre Cuello empezó a sentirse un poco solo. Con el tiempo, de tanto uso, el Cuello se ensució y se desgastó un poquito en los bordes. Un día, lo separaron de la camisa y ¡plaf! lo echaron a un cesto con ropa para lavar.

    Allí, entre calcetines usados y pañuelos arrugados, el Cuello seguía dándose aires. "Yo fui el cuello de un caballero muy importante", les contaba a los demás trapos. "He estado en fiestas elegantes y reuniones serias". Los otros trapos solo lo escuchaban con indiferencia.

    Después de muchos lavados, el Cuello ya no era tan blanco ni tan tieso. Un día, junto con otros trozos de tela viejos, lo llevaron a un lugar muy ruidoso: ¡una fábrica de papel!

    Allí, lo trituraron, lo mezclaron con agua y otras cosas, y ¡zas! el Cuello de Camisa se transformó. Ya no era un cuello, sino una hermosa hoja de papel blanco y liso.

    Un día, un escritor tomó esa hoja de papel. Mojó su pluma en tinta y empezó a escribir sobre ella. ¿Y saben qué escribió? ¡Pues escribió esta misma historia! La historia de un cuello de camisa un poco presumido que buscaba con quién casarse.

    El Cuello, ahora convertido en papel, se sintió muy orgulloso. "¡Vaya!", pensó. "Al final, mi historia ha quedado escrita para siempre. ¡Esto es incluso mejor que casarme! Ahora soy parte de un cuento". Y así, el Cuello de Camisa encontró su destino, no como esposo, sino como el protagonista de su propia aventura de papel.

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