• Hermes roba el ganado de Apolo

    Mitología griega
    En una cueva fresquita de una montaña alta, nació un bebé dios llamado Hermes. ¡Pero qué bebé! Apenas su mamá, la ninfa Maya, lo dejó en la cuna, Hermes ya estaba pensando en travesuras. Tenía los ojos brillantes y una sonrisa pícara.

    Con pasitos de duende, se escapó de la cueva sin que su mamá se diera cuenta. Y ¿qué creen que vio a lo lejos? ¡Un rebaño de vacas preciosas, brillantes como el sol! Eran las vacas de su hermano mayor, el dios Apolo, que pastaban tranquilamente.

    A Hermes se le ocurrió una idea genial y un poquito traviesa: "¡Me llevaré estas vacas!", pensó con una risita. Para que Apolo no supiera quién había sido el ladrón, hizo algo muy astuto: ¡hizo que las cincuenta vacas caminaran hacia atrás! Así, sus huellas apuntarían en la dirección contraria. Y él mismo se ató unas ramas con hojas a los pies para no dejar rastro de sus pequeños pies.

    Llevó a las vacas, con mucho cuidado y sin hacer ruido, hasta otra cueva secreta. Allí, contento con su hazaña, vio un caparazón de tortuga vacío. "¡Qué interesante!", pensó. Con unas cuerdas que sacó de las tripas de dos de las vacas (¡ups!) y un poco de ingenio, ¡zas!, construyó el primer instrumento musical del mundo: una lira. ¡Sonaba tan dulce!

    Después de tanta emoción, Hermes volvió rapidito a su cuna, se tapó bien y se hizo el dormido, como si nada hubiera pasado.

    A la mañana siguiente, Apolo fue a ver sus vacas y... ¡sorpresa! ¡No estaban! Se puso furiosísimo. "¿Quién se atrevió a robar mis vacas sagradas?", gritaba mientras el sol brillaba con más fuerza por su enfado. Siguiendo unas pistas muy raras (¡huellas que iban al revés!), Apolo llegó a la cueva de Maya.

    "¡Tu hijo me robó las vacas!", le dijo muy enfadado. Maya, sorprendida, miró a Hermes en la cuna: "Pero si es solo un bebé, ¡acaba de nacer! No puede haber sido él".

    Apolo no se dejó engañar. Se acercó a Hermes y le preguntó con voz fuerte: "Pequeño ladrón, ¿dónde están mis vacas?". Hermes, con cara de angelito, abrió un ojito y dijo: "¿Vacas? ¿Yo? ¡Pero si acabo de nacer! Solo sé dormir y tomar leche de mamá".

    Apolo, aunque un poco divertido por la astucia del bebé, seguía muy enfadado. Así que tomó a Hermes en brazos y lo llevó ante Zeus, el rey de todos los dioses, que era papá de los dos.

    "¡Padre, este pequeño me ha robado las vacas!", acusó Apolo. Zeus escuchó la historia y, aunque le hizo mucha gracia la travesura de Hermes, le dijo con seriedad: "Hermes, tienes que devolverle las vacas a tu hermano".

    Hermes, entonces, llevó a Apolo a la cueva donde había escondido las vacas. Mientras Apolo las contaba, Hermes tomó su lira y empezó a tocar una melodía tan hermosa que hasta los pájaros dejaron de cantar para escuchar.

    Apolo quedó maravillado. ¡Nunca había oído algo tan bello! Su enfado desapareció como por arte de magia. "¿Qué es ese instrumento mágico?", preguntó con los ojos brillantes.

    "Es una lira, la inventé yo", dijo Hermes con orgullo. "Te la regalo si me perdonas y somos amigos".

    Apolo, encantado con la música, aceptó feliz. "¡Claro que sí!", dijo. "¡Es el mejor regalo del mundo! Y por este regalo tan maravilloso, yo te daré mi vara dorada de pastor y serás el mensajero de los dioses, rápido como el viento".

    Y así fue como el pequeño y astuto Hermes y el brillante Apolo se hicieron grandes amigos. Hermes se convirtió en el dios de los viajeros, los comerciantes y los mensajeros, siempre con sus sandalias aladas y su vara, y Apolo, en el dios de la música, llenando el mundo con las melodías de su lira.

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