• Talos, el gigante de bronce

    Mitología griega
    En la soleada isla de Creta, vivía un guardián muy, muy especial. No era un perro guardián, ni un soldado con armadura. ¡Era un gigante hecho completamente de bronce brillante! Se llamaba Talos. El dios Hefesto, que era un herrero increíble, lo había construido para proteger la isla y a su reina, Europa.

    Tres veces al día, Talos caminaba por toda la costa de Creta, ¡imagina qué piernas tan largas debía tener! Su trabajo era vigilar que ningún barco enemigo se acercara. Si veía alguno, ¡zas!, les lanzaba rocas enormes que parecían montañas pequeñas. Y si algún enemigo lograba desembarcar, Talos tenía otro truco: se calentaba tanto, tanto, que se ponía al rojo vivo, ¡como una estufa gigante! Luego, intentaba abrazar a los intrusos para que se fueran corriendo del susto y el calor.

    Un día, un barco muy famoso llamado Argo llegó a las costas de Creta. En él viajaban unos héroes muy valientes conocidos como los Argonautas, liderados por Jasón. Con ellos también iba una hechicera muy inteligente y poderosa llamada Medea.

    Talos, cumpliendo con su deber, vio el Argo y empezó a lanzarles rocas gigantes. ¡PUM! ¡PUM! Las rocas caían al mar, levantando olas enormes. Los Argonautas estaban muy asustados. ¿Cómo iban a luchar contra un gigante de metal que parecía invencible?

    Pero Medea, que sabía muchos secretos y hechizos, conocía la única debilidad de Talos. ¿Sabes cuál era? En uno de sus tobillos, Talos tenía un solo clavo de bronce. Este clavo tapaba una vena muy importante por donde corría un líquido especial llamado icor, que era como la sangre de los dioses y lo que le daba vida al gigante. Si ese clavo se quitaba, el icor se saldría y Talos perdería toda su fuerza.

    Medea se acercó a la orilla y, usando su magia y sus palabras astutas, logró confundir a Talos. Algunas historias cuentan que lo hipnotizó con su mirada penetrante; otras dicen que lo engañó, prometiéndole que si se quitaba el clavo se volvería inmortal.

    Sea como fuere, Talos, quizás un poco mareado por la magia de Medea o curioso por la promesa, se tropezó o se rascó el tobillo justo donde estaba el clavo. ¡Y el clavo se salió!

    El icor dorado empezó a brotar de su tobillo como un río brillante. Talos sintió cómo sus fuerzas lo abandonaban. Sus movimientos se hicieron lentos y torpes. Sus ojos de metal perdieron su brillo. Y con un gran ¡CLANG! ¡BUM! ¡ESTRUENDO!, el enorme gigante de bronce se desplomó en la playa, inmóvil para siempre.

    Los Argonautas pudieron desembarcar en Creta sanos y salvos, todo gracias a la astucia de Medea y al pequeño secreto que guardaba el tobillo del gigante. Y así fue como el gran guardián de Creta, el poderoso Talos, fue vencido, demostrando que hasta el más fuerte puede tener un punto débil.

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