Apolo y Dafne
Mitología griega
¿Conocen a Apolo? Era un dios muy guapo, el dios del sol, la música y también un gran arquero. Un día, Apolo se sintió muy orgulloso porque había vencido a una serpiente enorme con sus flechas. Justo entonces, vio al pequeño Eros, el dios del amor, que también llevaba un arco y flechas, pero mucho más chiquititos.
Apolo, un poco presumido, le dijo a Eros: "Oye, pequeñín, ¿qué haces tú con esas flechitas? ¡Eso es para niños! Las flechas grandes y poderosas son para mí".
A Eros, que aunque pequeño era muy poderoso, no le hizo ninguna gracia que Apolo se burlara de él. Así que, con una sonrisita traviesa, preparó dos flechas muy especiales. Una tenía la punta de oro brillante, ¡y hacía que te enamoraras al instante! La otra tenía la punta de plomo, ¡y hacía que quisieras salir corriendo de quien te mirara!
¡Zas! Eros disparó la flecha de oro directo al corazón de Apolo. Y ¡Zas! La flecha de plomo fue a parar a Dafne, una ninfa del bosque muy hermosa a la que le encantaba correr libre y jugar entre los árboles. Dafne no quería saber nada de casarse ni de tener novio; solo quería ser libre como el viento.
Desde el momento en que la flecha de oro le dio, Apolo vio a Dafne y ¡puf! Se enamoró perdidamente. "¡Qué ninfa tan bonita!", pensó. "¡Tiene que ser mía!".
Pero Dafne, al sentir la flecha de plomo, cuando vio a Apolo acercarse con cara de enamorado, sintió un miedo terrible y solo quería escapar. "¡Ay, no! ¡Que no me alcance!", pensó.
Y así empezó la carrera más famosa. Apolo, el dios rápido como el sol, corría detrás de Dafne gritando: "¡Dafne, espera! ¡Soy Apolo, no te haré daño! ¡Solo quiero hablar contigo!".
Pero Dafne corría y corría, con el pelo volando, sin mirar atrás. "¡No quiero, no quiero!", jadeaba mientras sus pies apenas tocaban el suelo.
Corrieron por montes y valles, cruzaron ríos y prados. Apolo era muy rápido, pero Dafne, con el miedo, ¡parecía tener alas en los pies! Sin embargo, poco a poco, Apolo empezó a alcanzarla. Dafne ya estaba muy cansada, sentía que le faltaba el aire y que sus piernas no podían más.
Justo cuando Apolo estaba a punto de tocarla, Dafne vio el río de su padre, el dios Peneo, y gritó con todas sus fuerzas: "¡Papá, ayúdame! ¡Por favor, cambia mi forma para que no me atrape!".
Su padre la escuchó. Y entonces, algo mágico empezó a suceder. Los pies de Dafne se hundieron en la tierra y se convirtieron en raíces. Su cuerpo se cubrió de una corteza dura y marrón. Sus brazos se estiraron hacia el cielo y se llenaron de hojas verdes y brillantes. ¡Dafne se estaba transformando en un hermoso árbol de laurel!
Cuando Apolo llegó, ya no vio a la ninfa Dafne, sino a un árbol. Abrazó el tronco y, aunque ya no era una chica, sintió el corazón de Dafne latiendo suavemente dentro de la madera. Apolo se puso muy triste.
"Oh, Dafne", dijo con voz suave, "aunque no puedas ser mi amada, siempre serás mi árbol sagrado. Tus hojas verdes coronarán la cabeza de los héroes, los poetas y los ganadores".
Y desde ese día, el árbol de laurel es muy especial para Apolo, y sus hojas se usan para hacer coronas que significan victoria y honor, recordando siempre a la ninfa que prefirió ser un árbol antes que perder su libertad.
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