El Sastre en el Cielo
Cuentos de los Hermanos Grimm
¿Alguna vez han oído hablar de un sastre tan bueno, tan bueno, que cuando dejó la Tierra, se fue derechito al cielo? Pues existió, y era un sastrecillo muy amable.
Un día, después de una vida cosiendo y siendo bueno, el sastrecillo llegó a las puertas del cielo. ¡Toc, toc, toc! San Pedro, que es como el portero del cielo, abrió un poquito.
"¿Quién llama?", preguntó San Pedro con su barba blanca.
"Soy yo, un humilde sastrecillo", respondió nuestro amigo con una sonrisita.
San Pedro vio que era un alma buena y le dijo: "¡Ah, muy bien! Has sido bueno en la Tierra. ¡Puedes pasar! Bienvenido al Cielo". Le abrió la gran puerta dorada. "Mira", le dijo San Pedro, "aquí tienes un banquito cómodo. Siéntate aquí cerquita de la entrada, puedes mirar todo lo bonito que hay, pero por favor, quédate tranquilo y no hagas travesuras".
El sastrecillo se sentó, ¡estaba maravillado! Todo era brillante, tranquilo y muy hermoso. Pero después de un ratito, como no tenía hilos ni agujas, empezó a aburrirse un poco. Además, ¡tenía muchísima curiosidad por ver qué más había en ese lugar tan especial!
Justo entonces, San Pedro tuvo que irse a hacer un encargo importante. El sastrecillo pensó: "Mmm, San Pedro no está... Quizás pueda dar una vueltecita rápida, solo para mirar un poco más allá".
Se levantó de su banquito y empezó a caminar de puntillas por el Cielo. ¡Era increíble! Vio jardines preciosos, ángeles que cantaban dulcemente y nubes que parecían de algodón de azúcar. Caminando y caminando, llegó a un lugar donde había un trono enorme, ¡gigante!, hecho completamente de oro y que brillaba muchísimo. ¡Era el trono de Dios!
"¡Caramba!", pensó el sastrecillo. "¡Qué silla tan espectacular! ¡Debe ser súper cómoda!". Como no veía a nadie cerca, sintió la tentación. Con mucho cuidado, trepó y ¡hop!, se sentó en el gran trono dorado. ¡Se sentía como un rey!
Desde allí arriba, ¡podía ver toda la Tierra! Era como mirar por la ventana más grande del mundo. Veía los ríos, las montañas, las casas... Y entonces, vio algo que le molestó mucho. Allá abajo, junto a un arroyo, había una viejecita lavando ropa. Pero mientras lavaba, miraba a los lados y, ¡zas!, escondía un trozo de hilo que no era suyo entre sus cosas. ¡Estaba robando!
El sastrecillo se puso rojo de coraje. "¡Pero bueno!", exclamó para sí mismo. "¡Eso no se hace! ¡Robar está muy mal! ¡Alguien debería darle una lección!". Miró a sus pies y vio un pequeño reposapiés, también de oro, que Dios usaba. Lleno de enfado, el sastrecillo agarró el reposapiés dorado y, sin pensarlo más, ¡lo lanzó con todas sus fuerzas hacia la Tierra, apuntando a la viejecita!
Pero claro, desde tan alto es difícil apuntar bien. El reposapiés dio vueltas y vueltas en el aire y no golpeó a la señora, pero cayó muy cerca con un gran ¡PLONC! que resonó por todas partes.
Justo en ese instante, Dios regresó. Miró su trono y notó que faltaba algo. "¿Dónde está mi reposapiés dorado?", preguntó con calma. Entonces vio al sastrecillo, todavía sentado en el trono, con cara de "yo no fui".
"Sastrecillo", dijo Dios con voz amable pero seria. "¿Has sido tú quien ha tomado mi reposapiés?".
El sastrecillo se bajó de un salto, un poco asustado. "Sí, Señor, fui yo", confesó. "Es que vi a esa mujer allá abajo robando hilo, y me dio tanta rabia que le lancé el reposapiés para castigarla".
Dios suspiró y le dijo con paciencia: "Ay, sastrecillo. Entiendo que te enfadaras, robar está mal. Pero aquí en el Cielo no arreglamos las cosas así, con enfado y lanzando objetos. Yo también veo todo lo que pasa en la Tierra, lo bueno y lo malo. Pero yo juzgo con tranquilidad y misericordia. Si yo me pusiera a lanzar mis muebles cada vez que alguien hace algo mal, ¡imagínate! ¡Ya no quedaría ni una silla en todo el Cielo!".
"Aquí necesitamos paz y paciencia", continuó Dios. "Tu corazón es bueno, pero te dejaste llevar por el enfado muy rápido. Lo siento, pero alguien que lanza cosas así no puede quedarse en el Cielo".
Y así fue como el buen sastrecillo tuvo que salir del Cielo. Quizás aprendió ese día que ser bueno no solo es hacer cosas buenas, sino también tener paciencia y no juzgar a los demás con tanta prisa y enfado.
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