Robar la campana tapándose los oídos
Fábulas chinas
En una aldea tranquila, donde los pájaros cantaban y las flores sonreían, vivía un muchacho un poco despistado llamado Lolo.
Un día, Lolo vio una campana muy grande y brillante en la puerta de una casa rica. ¡Era la campana más bonita que jamás había visto! Tenía grabados de dragones y brillaba como el sol.
"¡La quiero para mí!", pensó Lolo. "Sería un adorno perfecto para mi jardín."
Pero había un pequeño gran problema. Si tocaba la campana para llevársela, haría un ruido enorme: ¡DONG, DONG, DONG! Y claro, el dueño de la casa y todos los vecinos se despertarían y lo atraparían.
Lolo se sentó debajo de un árbol a pensar. Pensó y pensó. ¿Cómo podría llevarse la campana sin que nadie oyera el ruido?
De repente, ¡eureka! A Lolo se le ocurrió una idea que él pensó que era ¡súper inteligente!
"Si me tapo los oídos muy, muy fuerte", se dijo a sí mismo, "entonces yo no oiré la campana. Y si yo no la oigo, ¡seguro que nadie más la oirá tampoco!"
¡Qué listo soy!, pensó Lolo, muy orgulloso de su plan.
Esa noche, cuando todos dormían y la luna parecía una galleta en el cielo, Lolo fue de puntillas hasta la casa rica. Llevaba dos trozos de algodón. Con mucho cuidado, se metió un trozo de algodón en cada oído, apretando bien fuerte. ¡Ahora no oía ni el canto de los grillos!
Entonces, con los oídos bien tapados, agarró la campana y tiró con fuerza.
¡CLANG, CLANG, DONG, DONG!
La campana hizo un ruido tremendo que despertó a todo el vecindario. ¡Hasta los gatos saltaron del susto y los perros empezaron a ladrar!
Lolo, con los oídos tapados, no escuchó nada de nada. Él sonreía, pensando: "¡Funcionó! ¡Nadie me oyó! ¡Qué fácil ha sido!"
Pero cuando abrió los ojos, vio a todos los vecinos rodeándolo, con caras de sorpresa y un poco de enfado. El dueño de la campana también estaba allí, con los brazos cruzados.
Lolo se quitó los algodones de los oídos, confundido. "¿Qué pasa?", preguntó, sin entender por qué todos lo miraban.
Y así fue como Lolo aprendió, de una manera un poco ruidosa, que taparse los oídos para no escuchar algo no significa que los demás tampoco lo escuchen. A veces, intentamos engañarnos a nosotros mismos, pero la realidad... ¡suele hacer bastante ruido!
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