• La niña sin manos

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un rincón del bosque, junto a un río cantarín, vivía un molinero que trabajaba mucho, pero cada día era un poquito más pobre. Un día, mientras paseaba preocupado, se le apareció un hombre misterioso y de aspecto sombrío. Este hombre le prometió muchísima riqueza si le daba aquello que estaba justo detrás de su molino.

    El molinero, pensando solo en su viejo manzano cargado de manzanas, aceptó el trato sin dudar. ¡Qué contento se puso al ver cómo su molino se llenaba de oro y cosas buenas! Pero ¡oh, sorpresa! Cuando el hombre misterioso volvió para cobrar su parte, lo que estaba detrás del molino no era el árbol, ¡sino la hija del molinero! Era una chica muy buena y siempre estaba muy limpia y arreglada.

    El hombre malvado intentó llevársela, pero como la chica era tan pura y buena, no podía ni tocarla. Se lavaba las manos y la cara con tanto cuidado, que brillaba de limpia. El hombre malvado, furioso, le dijo al molinero: "¡Si quieres conservar tu riqueza, debes quitarle las manos a tu hija para que no pueda lavarse!".

    El padre, con el corazón roto y lágrimas en los ojos, no quería hacerle daño a su hija, pero tenía mucho miedo del hombre malvado. Así que, muy triste, tuvo que obedecer. La pobre chica, aunque ya no tenía manos, lloró tanto sobre sus bracitos que quedaron limpios como perlas, y el hombre malvado siguió sin poder llevársela. Viendo la tristeza de su padre y sintiéndose una carga, la chica decidió marcharse de casa.

    Comenzó a caminar y caminar, sin saber muy bien a dónde ir. Como era tan buena, un ángel bueno la cuidaba desde el cielo y la guiaba. Después de mucho andar, llegó a un jardín precioso que pertenecía a un rey. Estaba lleno de perales con peras grandes y jugosas. Tenía mucha hambre, pero no podía alcanzarlas. El ángel bueno la ayudó, inclinando una rama para que pudiera comer una pera con la boca.

    El jardinero del rey vio las huellas y notó que faltaba una pera, ¡pero no había pisadas de zapatos! Se lo contó al rey, quien decidió vigilar por la noche. Escondido, el rey vio a la hermosa chica sin manos, con su vestido blanco, y cómo un ángel la ayudaba a comer otra pera.

    El rey se acercó con cuidado y le preguntó quién era. Ella le contó su triste historia. El rey vio su bondad y su belleza, y aunque no tenía manos, se enamoró de ella al instante. Le pidió que se casara con él y le mandó hacer unas manos de plata brillante muy bonitas.

    Se casaron y fueron muy felices. Pasó un tiempo, y el rey tuvo que ir a la guerra. Mientras estaba fuera, la reina tuvo un bebé, un niño sano y lindo. Escribieron una carta al rey para darle la buena noticia. Pero un mensajero malvado, amigo del hombre sombrío del molino, cambió la carta en el camino. La carta que recibió el rey decía que la reina había tenido un niño extraño.

    El rey se puso triste, pero contestó con otra carta diciendo que cuidaran mucho a la reina y al bebé. Pero ¡otra vez! El mensajero malvado cambió la carta y escribió que el rey ordenaba que sacaran a la reina y al niño del castillo.

    La mamá del rey, que era muy buena, no podía creer esa orden tan cruel. Llorando, ayudó a la joven reina y a su bebé a escapar al bosque para salvar sus vidas.

    La reina y su hijito vivieron en una cabañita escondida en lo profundo del bosque. Un ángel bueno las seguía ayudando cada día. La reina era muy paciente y rezaba mucho. Pasaron siete años. Como la reina era tan buena y paciente, un milagro ocurrió: ¡sus manos volvieron a crecer, sanas y fuertes!

    Mientras tanto, el rey volvió de la guerra. Cuando descubrió el engaño de las cartas falsas, se puso muy triste y furioso. Salió a buscar a su esposa y a su hijo por todas partes, sin descanso, durante siete largos años.

    Finalmente, un día, llegó a la cabañita escondida en el bosque y encontró a su amada reina, ¡ahora con sus manos de verdad!, y a su hijo, que ya era un niño grande.

    ¡Qué alegría tan grande! Se abrazaron muy fuerte. El rey vio las manos de verdad de su esposa y conoció a su hijo. Todos juntos regresaron al castillo, celebraron una gran fiesta, y vivieron felices para siempre, sin que ningún hombre malvado volviera a molestarlos.

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