• El asno y el perro

    Fábulas de Esopo
    En una granja llena de sol y animales, vivía un burrito llamado Pipo junto a un perrito muy alegre llamado Lulú. Su dueño, el granjero Tomás, quería mucho a sus dos animales.

    Lulú era un perrito muy cariñoso. Cuando Tomás llegaba, Lulú corría hacia él, movía la cola sin parar, saltaba a su alrededor y le lamía las manos. A Tomás le encantaba esto. Sonreía, acariciaba a Lulú detrás de las orejas y a veces le daba un trocito de pan o una galleta especial para perros. Lulú dormía calentito dentro de la casa.

    Pipo, el burrito, veía todo esto desde el corral. Él trabajaba mucho. Llevaba sacos pesados de harina al mercado, ayudaba a arar el campo y transportaba leña. Tomás también cuidaba de Pipo, le daba buena paja y agua fresca, pero Pipo sentía que no recibía tantas caricias ni mimos como Lulú.

    "¡Qué vida tan fácil tiene Lulú!", pensaba Pipo. "Solo por mover la cola y lamer un poco, recibe premios y cariño. Yo trabajo todo el día y nadie salta de alegría al verme".

    Un día, Pipo tuvo una idea. "¡Ya sé!", se dijo. "Si hago lo mismo que Lulú, seguro que Tomás me querrá igual y me dará esas ricas galletas".

    Así que, al día siguiente, cuando Tomás salió al patio, Pipo decidió poner su plan en marcha. En lugar de esperar tranquilamente su comida, Pipo empezó a rebuznar muy fuerte, ¡Hiii-jooo, hiii-jooo!, intentando que sonara tan alegre como los ladridos de Lulú. Luego, levantó sus patas delanteras, intentando saltar y ponerlas sobre los hombros de Tomás, tal como hacía Lulú para pedir mimos.

    Pero claro, Pipo no era un perrito pequeño y ligero. ¡Era un burrito grande y un poco torpe! Sus rebuznos sonaron escandalosos y cuando intentó "abrazar" a Tomás, casi lo tira al suelo.

    Tomás se llevó un gran susto. "¡Pipo! ¿Qué te pasa? ¡Casi me haces caer!", gritó un poco enfadado y confundido. En lugar de caricias, Tomás llamó a uno de sus ayudantes. "Lleva a Pipo al establo y asegúrate de que esté bien atado. Creo que hoy está un poco revoltoso".

    Pipo, muy triste y sin entender nada, fue llevado al establo. Desde allí, vio cómo Lulú se acercaba a Tomás, movía la cola y recibía una suave caricia. El burrito aprendió ese día que intentar ser alguien que no eres, no siempre trae buenos resultados.

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