La zorra y la anciana
Fábulas de Esopo
En un caminito bordeado de flores, no hace mucho tiempo, vivía un zorro llamado Don Bigotes. Don Bigotes era muy astuto, o al menos, eso creía él. Un día, su estómago hacía "grrr, grrr" porque tenía mucha, muchísima hambre.
Mientras caminaba buscando algo para comer, vio a lo lejos a una abuelita. La abuelita llevaba una cesta que olía de maravilla. "Mmm," pensó Don Bigotes, "seguro que en esa cesta hay algo delicioso. ¡Quizás un pollo asado o unas galletas recién horneadas!"
Don Bigotes se acercó a la abuelita con su sonrisa más amigable (que para un zorro, siempre parece un poco traviesa).
"¡Buenos días, señora tan amable!" dijo Don Bigotes con voz melosa. "¿Qué lleva en esa cesta tan bonita que huele tan bien?"
La abuelita, que había visto muchos zorros en su vida y sabía que no siempre eran de fiar, lo miró con sus ojitos brillantes.
"Buenos días, zorrito," respondió con calma. "En mi cesta llevo unas piedras muy grandes y pesadas."
Don Bigotes parpadeó, un poco confundido. "¿Piedras? ¿Para qué querría usted piedras, abuelita?" preguntó, intentando no sonar decepcionado.
"Ah," dijo la abuelita, con una pequeña sonrisa. "Son para lanzárselas a los zorros curiosos que intentan robar la comida de las abuelitas."
Don Bigotes se quedó con la boca abierta. ¡Piedras! ¡Y seguro que la abuelita tenía buena puntería! De repente, ya no tenía tanta hambre, o al menos, no de lo que pudiera haber en esa cesta.
"¡Oh, qué interesante!" dijo Don Bigotes, retrocediendo un pasito. "Bueno, que tenga un buen día, abuelita. Yo... yo creo que vi un ratón por allá."
Y sin esperar respuesta, Don Bigotes dio media vuelta y se fue corriendo por el bosque, pensando que quizás cazar ratones no era tan mala idea después de todo.
La abuelita siguió su camino, sonriendo para sus adentros, con su cesta llena de pan caliente y queso, bien protegida por su ingenio.
1677 Vistas