El perro y la ostra
Fábulas de Esopo
En un día brillante y lleno de sol, un perrito muy curioso llamado Lolo correteaba por la orilla del mar. A Lolo le encantaba una cosa más que perseguir su cola: ¡los huevos! Cada vez que su dueño le daba uno, Lolo lo engullía de un solo bocado, ¡ñam!
Mientras olfateaba entre las algas y las conchas, Lolo vio algo redondo y de un color parecido a la cáscara de un huevo, brillando sobre la arena mojada.
—¡Guau! —pensó Lolo, moviendo la cola con emoción—. ¡Un huevo gigante! ¡Y justo en la playa! ¡Qué suerte la mía!
Sin pensarlo ni un segundo, porque Lolo era más rápido para comer que para pensar, abrió su gran boca y ¡PLOP! Se tragó aquello redondo de un solo golpe, tal como hacía con los huevos que tanto le gustaban.
Pero, ¡ay! De repente, Lolo sintió un dolor muy fuerte en su pancita. Aquel "huevo" no era suave por dentro. ¡Era duro, muy duro!
—¡Ay, ay, ay! —gimió Lolo, mientras se retorcía un poquito—. ¡Esto no se siente como un huevo!
Con mucho esfuerzo y un gran "¡cof, cof!", Lolo consiguió expulsar la cosa dura. ¡No era un huevo! Era una ostra, con su concha fuerte y pesada.
Lolo se quedó mirando la ostra en la arena, y luego se tocó la barriga adolorida.
Desde ese día, Lolo aprendió una lección muy importante: no todo lo que parece ser una cosa, realmente lo es. Y antes de llevarse algo a la boca, ¡es mucho mejor mirar con atención y pensar un poquito!
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