La zorra y el león enfermo
Fábulas de Esopo
Cuentan los animales más viejos del bosque que un león, que ya no era tan joven y fuerte como antes, un día se sintió muy, muy cansado. Ya no podía correr para cazar su comida. "¡Ay, qué hambre tengo!", pensó. "Pero... ¡tengo una idea!"
Se metió en su cueva y empezó a quejarse muy fuerte: "¡Ay, ay, ay, qué enfermo estoy! ¡Creo que me voy a morir! Vengan, amigos, a despedirse de su rey".
Los otros animales del bosque, al oír sus lamentos, sintieron pena. "Pobre león", decían. "Vamos a visitarlo para ver si necesita algo".
Primero fue la oveja, toda lanuda y buena. Entró a la cueva y... ¡zas! El león se la comió.
Luego llegó el ciervo, con sus grandes cuernos. Entró a la cueva y... ¡zas! El león también se lo comió.
Y así, uno tras otro, los animales entraban a la cueva del león para consolarlo, pero... ¡ninguno salía! El león se sentía mucho mejor con tanta comida.
Un día, el zorro, que era muy listo y observador, se acercó con cuidado a la entrada de la cueva.
El león, desde adentro, lo llamó con voz débil, fingiendo estar muy mal: "Amigo zorro, ¿no vienes a ver cómo estoy? Me siento muy, muy mal".
El zorro miró el suelo delante de la cueva. Vio muchas huellas de animales que entraban, ¡muchísimas! Pero... no vio ninguna huella que saliera. Todas las pisadas iban hacia adentro.
El zorro, desde una distancia segura, le respondió: "Oh, gran león, me gustaría mucho entrar a darte ánimos y desearte que te mejores pronto".
"Entonces, ¿por qué no entras?", preguntó el león, un poco impaciente porque ya le rugía la tripa otra vez.
"Bueno", dijo el zorro astutamente, "es que veo muchas huellas de animales que han entrado a tu cueva, pero no veo ninguna que haya salido. Así que, con tu permiso, ¡creo que hoy me quedo afuera deseándote lo mejor desde aquí!"
Y el zorro, moviendo su cola, se alejó de allí, pensando que a veces es mejor observar bien antes de meterse en la boca del lobo... o, en este caso, ¡del león!
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