• El ciervo y el león

    Fábulas de Esopo
    En un bosque donde los árboles eran altos y el sol jugaba entre las hojas, vivía un ciervo muy elegante. Un día, se acercó a un charco de agua clara para beber. Al ver su reflejo, se sintió muy orgulloso. "¡Miren qué cuernos tan magníficos tengo!", pensó. "Son como una corona brillante".

    Pero luego miró sus patas. "Uf, qué patas tan flacas y feas. No me gustan para nada", se quejó en voz baja.

    De repente, ¡zas! Un león hambriento saltó de entre los arbustos, con un rugido que hizo temblar las hojas.

    El ciervo, asustado, echó a correr. ¡Y vaya si corría! Sus patas, esas que no le gustaban, eran increíblemente rápidas. En campo abierto, el ciervo dejaba atrás al león con facilidad. "¡Mis patas son geniales!", pensó sorprendido.

    Sintiéndose casi a salvo, el ciervo se metió en lo espeso del bosque, donde los árboles crecían muy juntos. Pero ¡ay! Sus hermosos y grandes cuernos se enredaron en las ramas bajas de los árboles. Intentó con todas sus fuerzas liberarse, tirando y sacudiendo la cabeza, pero los cuernos estaban bien atorados.

    El león, que venía resoplando y cansado, lo alcanzó enseguida.

    Mientras el león se acercaba, el ciervo pensó con tristeza: "Qué tonto fui. Mis patas, que tanto critiqué, me estaban salvando la vida. Y mis cuernos, de los que estaba tan orgulloso, me han metido en este lío".

    Y así, el ciervo aprendió, de la manera más difícil, que a veces las cosas que menos valoramos son las más útiles.

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