El lobo y la anciana
Fábulas de Esopo
En un bosque frondoso, donde los árboles susurraban secretos al viento, caminaba un lobo con la panza haciendo ruiditos. Tenía tanta hambre que su estómago parecía un tambor vacío.
De repente, mientras pasaba cerca de una pequeña cabaña, escuchó un llanto muy fuerte. ¡Puaaa, puaaa! Lloraba un niño pequeño. El lobo, curioso y con la esperanza de encontrar algo de comer, se acercó sigilosamente a la ventana.
Dentro, vio a una abuelita que intentaba calmar al niño. La abuelita, un poco cansada de tanto llanto, le dijo al pequeño: "¡Ay, mi niño! Si no dejas de llorar ahora mismo, te voy a echar a la calle para que te coma el lobo".
El lobo, al oír esto, se relamió los bigotes. "¡Qué suerte la mía!", pensó. "Hoy la cena viene solita y sin tener que correr". Así que se sentó pacientemente junto a la puerta, esperando a que la abuelita cumpliera su palabra y le diera al niño.
Esperó un buen rato. El sol empezó a esconderse y el lobo seguía allí, con la lengua afuera, imaginando un delicioso bocado.
Después de un tiempo, el niño dejó de llorar. Entonces, el lobo escuchó de nuevo la voz de la abuelita, pero esta vez decía algo muy diferente. Con voz dulce y cariñosa, le decía al niño: "¡Qué bueno eres, mi tesoro! Ya no lloras. Y no te preocupes, si ese lobo malo se atreve a acercarse, ¡le daremos una buena paliza entre los dos y lo asustaremos para que no vuelva!".
El lobo abrió mucho los ojos, sorprendido. "¡Vaya, vaya!", murmuró para sí mismo. "Parece que en esta casa las palabras cambian más rápido que el viento".
Con la panza todavía vacía y un poco confundido, el lobo se levantó y se fue meneando la cola, pensando que no siempre hay que creer todo lo que se oye, especialmente si viene de una abuelita tratando de calmar a su nieto. Y así, el lobo tuvo que seguir buscando su cena en otra parte del bosque.
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