En un prado lleno de flores y sol, vivía un caballo que se sentía el rey del mundo. Tenía un pelaje brillante como el sol y corría más rápido que el viento. Todos los animales lo admiraban.

Pero un día, este caballo pensó: "Soy genial, ¡pero podría ser aún mejor!". Así que decidió ir a hablar con Zeus, el jefe de todos los dioses, que vivía en una nube muy alta.

Cuando llegó, el caballo le dijo a Zeus con mucha confianza: "¡Oh, gran Zeus! Soy el caballo más maravilloso, pero ¿podrías hacerme un poquito más perfecto? Quizás unas alas para volar por el cielo como los pájaros, o una espalda más fuerte para llevar cargas más pesadas, o unas patas aún más largas para correr como un rayo".

Zeus, que era muy sabio y a veces un poco bromista, escuchó con atención. Sonrió y, con un movimiento de su mano, hizo aparecer una criatura un poco extraña. Tenía unas alas pequeñas que no parecían muy útiles para volar, unas patas largas pero un poco torpes, y en su espalda, ¡tenía una joroba grande! Era un camello.

"Mira, caballo", dijo Zeus con una sonrisa. "Esto es un poco de lo que pediste. Tiene una espalda fuerte para llevar cosas y patas largas. ¿Te gusta? ¿Quieres ser así?".

El caballo miró al camello y luego se miró a sí mismo. Vio su cuerpo elegante, sus patas ágiles y su crin ondeando al viento. De repente, se dio cuenta de que sus patas fuertes eran perfectas para galopar, que su lomo era elegante y que no necesitaba alas ni una joroba para ser feliz. Entendió que ya era maravilloso tal como era.

"Oh, Zeus", dijo el caballo un poco avergonzado. "Creo que... ya soy perfecto así como soy".

Zeus asintió con la cabeza. "Exacto, amigo caballo. A veces, lo que ya tenemos es lo mejor para nosotros".

Desde ese día, el caballo dejó de pedir cambios. Corría feliz por el prado, orgulloso de ser un caballo fuerte, rápido y hermoso, ¡exactamente como Zeus lo había creado! Y cada vez que veía un camello, sonreía y recordaba la lección.

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