El Zorro y el Árbol
Fábulas de Esopo
Un zorro muy listo, pero con un poquito de mala suerte ese día, corría y corría por el bosque. Detrás de él, se oían los ladridos de unos perros y las voces de unos cazadores. ¡Qué susto!
"¡Necesito esconderme!", pensó el zorro, mirando a todos lados con sus ojos vivaces. Vio un árbol grande y frondoso, con muchas ramas que parecían perfectas para ocultarse. Sin pensarlo dos veces, saltó hacia él con la esperanza de que sus hojas lo cubrieran.
Pero, ¡ay! El árbol no era tan amigable como parecía. Entre sus ramas verdes y bonitas, tenía unas espinas largas y afiladas, como pequeñas agujas. Cuando el zorro se metió entre ellas, sintió un montón de pinchazos.
"¡Auch! ¡Oye, árbol!", se quejó el zorro, mientras intentaba no moverse mucho para no pincharse más. "Vine a ti buscando ayuda, ¡no para que me llenaras de picotazos! Quería que me protegieras de los cazadores, ¡y tú me lastimas!"
El árbol, con una voz tranquila que parecía el susurro del viento entre sus hojas, le respondió: "Amigo zorro, tú sabes cómo soy. Yo suelo agarrarme a todo lo que se acerca a mí, es mi naturaleza. Si buscabas un refugio suave y sin problemas, quizás te equivocaste de amigo al venir corriendo hacia mí sin fijarte bien".
El zorro se quedó callado un momento, todavía sintiendo los pinchazos. Entendió que el árbol no lo hacía por maldad, simplemente era así. Con mucho cuidado, se desenredó de las espinas y, aunque un poco adolorido, buscó otro escondite, esta vez fijándose un poquito mejor.
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