• Los tres pelos de oro del diablo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un pueblito tranquilo, nació un bebé que traía una sorpresa: ¡tenía una capita de la suerte en la cabeza al nacer! La gente del lugar empezó a susurrar que un niño nacido con tanta suerte seguro se casaría con la hija del rey cuando creciera.

    Esta noticia llegó volando a los oídos del rey, que no era precisamente la persona más simpática del reino. "¿Un niño cualquiera casarse con mi hija, la princesa? ¡Jamás!", pensó enfadado. Así que ideó un plan para deshacerse del bebé. Fue a casa de los padres, les dio mucho oro y se llevó al niño. Luego, lo metió en una cajita y la lanzó al río, esperando no volver a verlo.

    Pero la cajita no se hundió. Flotó y flotó hasta que unos buenos molineros la encontraron. ¡Qué sorpresa al abrirla y ver un bebé tan lindo! Como no tenían hijos, lo cuidaron con mucho cariño y lo criaron como si fuera suyo. El niño creció sano, fuerte y muy alegre.

    Pasaron los años, y un día el rey, de viaje por el reino, pasó por el molino. Vio al muchacho, ya un joven apuesto, y preguntó quién era. Al enterarse de su historia, ¡se dio cuenta de que era el niño de la suerte que había intentado eliminar! Se puso pálido, pero disimuló.

    Fingiendo amabilidad, le dijo al muchacho: "Lleva esta carta a la reina en el palacio, es muy importante". El muchacho, obediente, tomó la carta y se puso en camino. Pero la carta no decía nada bueno. ¡Decía que en cuanto el muchacho llegara, debían acabar con él!

    El joven se perdió en un bosque oscuro y encontró una cabaña. Resultó ser el escondite de unos ladrones amables. Le dieron cobijo para pasar la noche. Mientras dormía, los ladrones sintieron curiosidad por la carta sellada que llevaba. La abrieron y leyeron las terribles órdenes del rey. "¡Pobre muchacho! ¡Qué rey tan cruel!", dijeron. Sintieron pena por él y decidieron ayudarlo. Rompieron la carta mala y escribieron una nueva que decía: "En cuanto llegue este joven, ¡que se case inmediatamente con la princesa!".

    A la mañana siguiente, el muchacho siguió su camino sin saber nada del cambio. Llegó al palacio, entregó la carta y... ¡imaginen la sorpresa! Prepararon una gran boda y el muchacho se casó con la hermosa princesa. ¡Estaban muy felices!

    Cuando el rey regresó y vio que el muchacho no solo estaba vivo, sino casado con su hija, ¡casi le da un ataque de furia! Pero como ya estaban casados, tuvo que aguantarse. Sin embargo, no se dio por vencido. Llamó al joven y le dijo: "Si de verdad quieres ser mi yerno, tendrás que hacer algo muy difícil. ¡Debes ir a la casa del Diablo y traerme tres pelos de oro de su cabeza!". Pensaba que era una misión imposible y que el muchacho no regresaría jamás.

    El muchacho, que era valiente y quería a la princesa, aceptó el desafío. Se despidió y emprendió el largo y peligroso viaje hacia la casa del Diablo.

    En su camino, llegó a una ciudad donde la fuente principal, que antes daba vino delicioso, ahora estaba completamente seca. La gente estaba muy triste. Le pidieron al muchacho: "Si ves al Diablo, por favor, pregúntale por qué nuestra fuente se secó". El muchacho prometió hacerlo.

    Más adelante, llegó a otra ciudad donde había un árbol maravilloso que solía dar manzanas de oro. Pero ahora, el árbol no daba ni una sola manzana. Estaban muy preocupados. "Joven valiente", le rogaron, "si hablas con el Diablo, pregúntale por qué nuestro árbol ya no da sus frutos dorados". El muchacho asintió y siguió su camino.

    Finalmente, llegó a un río muy ancho. Allí había un barquero que pasaba el día remando de un lado a otro, llevando gente. El barquero parecía muy cansado y triste. Le dijo al muchacho: "Llevo años y años remando sin descanso. ¿Podrías preguntarle al Diablo cómo puedo ser libre y dejar de remar?". El muchacho le aseguró que le preguntaría.

    El barquero lo cruzó al otro lado del río, y allí, ¡estaba la mismísima casa del Diablo! Daba un poco de miedo, pero el muchacho tocó la puerta. Para su sorpresa, quien abrió no fue el Diablo, sino su abuela. La abuela del Diablo resultó ser una viejecita bastante amable. El muchacho le contó toda su historia: la princesa, el rey malvado y la misión de los tres pelos de oro.

    La abuela sintió compasión por él. "Pobre muchacho", dijo. "El Diablo no está ahora, pero volverá pronto. Te ayudaré, pero tendrás que ser muy valiente y hacer exactamente lo que te diga". Lo convirtió en una pequeña hormiga y lo escondió en los pliegues de su falda.

    Al rato, llegó el Diablo. Era grande, olía un poco a azufre y entró dando pisotones. "¡Huelo, huelo a carne humana!", gritó con vozarrón.
    "Tranquilo, tranquilo, nietecito", dijo la abuela con calma. "Has estado fuera todo el día, estarás cansado. Ven, acuéstate y descansa la cabeza en mi regazo".

    El Diablo, cansado, se tumbó y apoyó la cabeza en las rodillas de su abuela. Pronto empezó a roncar. Entonces, la abuela, con mucho cuidado, ¡zas!, le arrancó un pelo de oro.
    "¡Ay!", gritó el Diablo medio dormido. "¿Qué pasa, abuela?".
    "Oh, nada, nieto. Tuve un mal sueño", dijo ella. "Soñé con una ciudad donde la fuente de vino se había secado. ¿Sabes por qué podría ser?".
    "¡Qué tontería!", refunfuñó el Diablo. "Seguro que hay un sapo sentado debajo de una piedra en el manantial. Si lo quitan, el vino volverá a fluir". Y se volvió a dormir.

    La abuela esperó un poco y, ¡zas!, le arrancó el segundo pelo de oro.
    "¡AUCH!", volvió a gritar el Diablo. "¿Qué haces, abuela?".
    "Perdona, nietecito, otro sueño", mintió la abuela. "Soñé con un reino donde un árbol de manzanas de oro ya no daba fruta. ¿Por qué será?".
    "¡Qué fácil!", bostezó el Diablo. "Seguro que un ratón le está royendo las raíces. Si encuentran al ratón y lo echan, el árbol volverá a dar manzanas doradas". Y volvió a roncar más fuerte.

    La abuela esperó un poquito más y, con decisión, ¡ZAS!, le arrancó el tercer y último pelo de oro.
    "¡ABUELA!", rugió el Diablo, despertándose del todo. "¿¡Por qué me haces eso!?".
    "¡Ay, nieto, qué susto me diste!", dijo la abuela. "Es que tuve un sueño muy raro sobre un barquero que no podía dejar de remar. ¿Cómo podría librarse?".
    El Diablo, ya un poco harto, gruñó: "¡Pues muy fácil! ¡Solo tiene que darle el remo al próximo pasajero que suba a la barca! ¡Y ahora déjame dormir!". Y se quedó profundamente dormido.

    La abuela, con mucho cuidado, sacó a la hormiguita de su falda y la volvió a convertir en el muchacho. Le dio los tres pelos de oro y le dijo que se fuera rápido antes de que el Diablo despertara de verdad.

    El muchacho le dio las gracias mil veces y salió corriendo de allí. En su camino de vuelta, primero llegó al río. Le dijo al barquero: "¡Tengo la respuesta! La próxima persona que quiera cruzar, ¡simplemente dale tu remo!". El barquero se puso tan contento que lo cruzó gratis y le regaló un montón de oro que había acumulado.

    Luego, llegó a la ciudad del árbol sin manzanas. Les dijo: "¡Busquen en las raíces! ¡Un ratón se las está comiendo!". Encontraron al ratón, lo ahuyentaron, y al instante, ¡el árbol se llenó de brillantes manzanas de oro! Agradecidos, le dieron al muchacho dos burros cargados de oro.

    Finalmente, llegó a la ciudad de la fuente seca. "¡Hay un sapo bajo una piedra en el manantial!", les explicó. Quitaron la piedra, encontraron al sapo, lo sacaron de allí, y ¡la fuente volvió a manar vino delicioso! La gente celebró y le regalaron otros dos burros cargados de oro y joyas.

    El muchacho regresó al palacio. Iba feliz, con los tres pelos de oro del Diablo en el bolsillo y seguido por cuatro burros repletos de tesoros. Cuando entró en la sala del trono, la princesa corrió a abrazarlo. El rey, al ver los tres pelos dorados, se quedó asombrado. Pero cuando vio los cuatro burros cargados de oro, ¡sus ojos se abrieron como platos por la codicia!

    "¿De dónde... de dónde has sacado tanto oro?", tartamudeó el rey avaricioso.
    El muchacho, con una sonrisa astuta, le contó que al otro lado del río había oro por todas partes, y que el barquero le había explicado cómo conseguirlo.

    El rey no pudo resistir la tentación. Corrió hacia el río tan rápido como pudo. Llegó a la orilla y le gritó al barquero que lo cruzara. El barquero lo subió a la barca y, justo cuando llegaban al otro lado, ¡le entregó el remo al rey!

    Y así fue como el rey avaricioso se quedó atrapado, remando y remando en la barca para siempre, pagando por su maldad.

    Mientras tanto, el muchacho de la suerte y la princesa vivieron felices en el palacio. Compartieron su tesoro con la gente del reino, gobernaron con bondad y demostraron que la suerte, a veces, viene acompañada de valentía y un buen corazón.

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