• El Asno y la Cigarra

    Fábulas de Esopo
    En un prado lleno de flores y sol, vivía un burrito llamado Pipo. Pipo era un burrito muy simpático, pero a veces se sentía un poco triste porque pensaba que no tenía ningún talento especial. Le encantaba escuchar los sonidos del campo, y un día, oyó el canto más hermoso que jamás había imaginado.

    Cri-cri-cri, ¡qué melodía tan dulce!

    Pipo levantó sus largas orejas y buscó de dónde venía esa música. Sobre una hoja verde y brillante, vio a un pequeño saltamontes verde, que cantaba con todas sus fuerzas. Su voz era tan clara y alegre que Pipo se quedó maravillado.

    "¡Oh, qué maravilla!", pensó Pipo. "¡Yo también quiero cantar así de bonito! Si yo pudiera cantar como él, todos los animales del prado vendrían a escucharme".

    Así que Pipo se acercó con cuidado al saltamontes y le dijo con su voz un poco ronca: "Amigo saltamontes, ¡qué voz tan increíble tienes! Es la más bonita que he oído nunca. Por favor, dime, ¿cuál es tu secreto? ¿Qué comes para tener una voz tan melodiosa?".

    El saltamontes, que era un poco presumido pero simpático, dejó de cantar por un momento y miró al burrito. "¡Ah, mi querido amigo!", le dijo con orgullo. "Mi secreto es el manjar más delicado: el rocío fresco de la mañana. Solo bebo las gotitas de rocío que brillan en las plantas al amanecer".

    Pipo abrió mucho los ojos. "¡Rocío! ¡Claro! ¡Por eso canta tan bien!", exclamó para sus adentros. "Si yo también como solo rocío, seguro que mi voz se volverá tan dulce y clara como la suya".

    Desde ese mismo día, Pipo decidió cambiar su dieta. Ya no quiso comer la hierba fresca y jugosa del prado, ni las ricas zanahorias que a veces le daba el granjero. ¡No! Ahora solo quería rocío. Cada mañana, se levantaba muy temprano y se ponía a lamer las hojitas y las flores, buscando esas pequeñas gotas de agua.

    Pero, claro, el rocío es muy poquito, y un burrito grande y fuerte como Pipo necesita mucha más comida para tener energía. Pasaron los días, y Pipo, en lugar de cantar como un ángel, se sentía cada vez más flaco y sin fuerzas. Su "Hiii-jooo" apenas se oía, y de cantar ni hablar. Estaba tan débil que apenas podía caminar.

    Un día, el saltamontes lo vio tan triste y delgado que se preocupó. "¿Qué te pasa, amigo Pipo?", le preguntó. "Te veo muy apagado".

    Pipo, con un hilo de voz, le contó que había estado comiendo solo rocío para cantar como él, pero que no le había funcionado.

    El saltamontes suspiró. "Ay, Pipo", le dijo con amabilidad. "El rocío es bueno para mí, porque soy pequeño y ligero. Pero tú eres un burrito, necesitas tu hierba y tus alimentos para estar fuerte y sano. Cada uno tiene sus propias cualidades y lo que le hace bien".

    Pipo entendió entonces que había cometido un error. Intentar ser alguien que no era casi le cuesta la salud. Volvió a comer su rica hierba y, poco a poco, recuperó sus fuerzas. Y aunque su voz nunca fue tan melodiosa como la del saltamontes, aprendió que su fuerte "Hiii-jooo" también era especial, porque era el suyo propio, y lo cantaba con alegría mientras trotaba feliz por el prado.

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