• El lobo y el perro flaco

    Fábulas de Esopo
    Un día, un lobo que tenía muchísima hambre paseaba por el campo. Sus tripas hacían “¡grrrruuuu!” tan fuerte que parecían truenos. De repente, ¿a quién se encontró? ¡A un perrito! Pero este perrito estaba flaco, flaco, como un espagueti sin salsa.

    El lobo se lamió los bigotes y pensó: “¡Qué suerte! Aunque está flaquito, ¡será una buena cena!”

    Justo cuando el lobo iba a dar un gran salto para atraparlo, el perrito gritó con una vocecita: “¡Ay, señor Lobo, espere un poquito, por favor!”

    El lobo se detuvo, sorprendido. “¿Esperar? ¿Y por qué debería esperar para comerte?” preguntó el lobo.

    “Mire, estoy muy flaquito ahora, ¿ve?”, dijo el perro, mostrando sus costillas. “Casi no tengo carne. Pero mi dueño va a celebrar una fiesta muy grande muy pronto, ¡es la boda de su hija! Habrá pasteles, carne, ¡de todo! Yo comeré muchísimo y me pondré gordito y bien sabroso. ¿Por qué no vuelve en unas semanas? ¡Entonces sí que seré un manjar!”

    Al lobo le brillaron los ojos. “Mmm, un perro gordito y sabroso suena mucho mejor que uno flaco”, pensó. Su estómago ya rugía de hambre, pero decidió esperar. “¡De acuerdo!”, dijo el lobo. “Volveré cuando estés más rellenito. ¡Más te vale que sea verdad!” Y se fue, soñando con un perro jugoso.

    Pasaron algunas semanas y el lobo, que no se había olvidado de su promesa, regresó al pueblo. Buscó la casa del dueño del perro y, ¡sorpresa! Vio al perrito encima del tejado de la casa, tomando el sol. ¡Y sí que estaba más gordo y contento!

    El lobo gritó desde abajo: “¡Eh, perrito! ¡Ya estoy aquí! ¡Baja para que pueda comerte como prometiste!”

    El perrito, muy tranquilo desde su lugar seguro, le sonrió y contestó: “¡Ay, señor Lobo! Si usted cree que voy a bajar ahora que estoy gordito y usted tiene hambre, ¡está muy equivocado! Desde aquí arriba estoy muy seguro y calentito. Si quiere esperarme aquí abajo, ¡va a tener que esperar mucho, mucho tiempo!”

    El lobo se quedó con la boca abierta y el estómago vacío. Se dio cuenta de que el perrito había sido muy astuto. Y así, el lobo hambriento tuvo que buscar su cena en otro lugar, aprendiendo que a veces, es mejor no confiar en promesas demasiado buenas para ser verdad, especialmente si te las hace alguien que quiere estar a salvo.

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