• La abeja y Zeus

    Fábulas de Esopo
    En un jardín lleno de sol y flores de mil colores, vivía una abeja muy especial. Esta abejita pasaba sus días volando de flor en flor, recogiendo néctar dulce para hacer la miel más deliciosa del mundo. Era tan trabajadora y su miel tan exquisita, que todos los animales del jardín la admiraban.

    Un día, la abejita preparó un panal tan perfecto y lleno de miel dorada que pensó: "¡Esto es digno del rey de los dioses, Zeus! Quiero llevarle este regalo para que pruebe mi creación".

    Así que, con mucho cuidado, tomó su panal y voló y voló, más allá de las nubes, hasta llegar al Monte Olimpo, donde vivía Zeus con los demás dioses.

    Zeus, al ver a la pequeña abeja con su regalo, sonrió. Probó la miel y sus ojos se abrieron con sorpresa. "¡Qué maravilla!", exclamó. "Pequeña abeja, nunca he probado algo tan dulce y delicioso. Tu regalo me ha encantado. Como agradecimiento, pídeme lo que quieras y, si está en mi poder, te lo concederé".

    La abejita se puso muy contenta, pero luego frunció un poquito el ceño. Amaba su miel, pero a veces le preocupaba que los humanos u otros animales más grandes vinieran y se la quitaran sin permiso. Así que, después de pensarlo un momento, dijo:

    "Oh, gran Zeus, te agradezco tu generosidad. Lo que más deseo es tener una forma de proteger mi preciada miel. Quisiera tener un arma, un aguijón poderoso, para poder picar a cualquiera que intente robar el fruto de mi trabajo".

    La sonrisa de Zeus se borró un poco. No le gustó mucho que la abeja, después de crear algo tan dulce, pidiera algo para hacer daño. Pero había hecho una promesa.

    "Está bien", dijo Zeus con voz seria. "Te daré un aguijón para que puedas defenderte. Pero escucha bien: este regalo tiene una condición. Si usas tu aguijón para picar a alguien, el aguijón se quedará clavado en la herida, y tú... perderás tu vida".

    La abejita se quedó un poco sorprendida y triste al escuchar esto. Había conseguido lo que quería, un aguijón, pero a un precio muy alto. Comprendió que desear el mal o tener la capacidad de dañar a otros podía tener consecuencias muy serias, incluso para ella misma.

    Y así, la abeja regresó a su jardín, con su nuevo aguijón, sabiendo que solo debía usarlo en el momento de mayor peligro, pues su propia vida dependería de ello.

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