El águila y la flecha
Fábulas de Esopo
En un cielo muy, muy azul, donde las nubes parecían algodón de azúcar, volaba un águila majestuosa. Sus alas eran enormes y planeaba sin esfuerzo, buscando con sus ojos agudos algún ratoncito despistado para el almuerzo. ¡Qué vista tan increíble tenía desde allá arriba!
Abajo, escondido entre unos matorrales, un cazador observaba el cielo. Tenía un arco fuerte y una flecha muy bien hecha. Cuando vio al águila tan grande y hermosa, pensó: "¡Qué trofeo sería!" Así que, con mucho cuidado, tensó su arco, apuntó y… ¡Zas! La flecha salió volando rapidísimo, directa hacia el águila.
El águila sintió un pinchazo terrible y agudo. ¡Ay! Algo la había golpeado. Empezó a perder altura, dando vueltas y vueltas mientras caía hacia el suelo. Con el corazón encogido, miró la flecha que se había clavado en su ala.
Y entonces, vio algo que la llenó de una tristeza aún mayor. En la parte de atrás de la flecha, en la cola que la ayudaba a volar recto, había unas plumas. No eran plumas cualquiera. Eran suaves, fuertes y de un color muy familiar. ¡Eran sus propias plumas! Plumas que se le habían caído tiempo atrás y que el cazador había recogido para hacer su flecha más certera.
"Qué triste," pensó el águila con sus últimas fuerzas. "Ser derrotada por una flecha que lleva mis propias plumas. Es como si yo misma hubiera ayudado a mi propia caída."
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