• La adivinanza

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino lleno de sol y flores, vivía un príncipe joven con ganas de explorar más allá de los muros de su palacio. No le bastaba con los jardines y los salones dorados, ¡él quería ver mundo! Así que un día, preparó su caballo más veloz, se despidió de su papá el rey, y junto a su fiel sirviente, partió en busca de emociones.

    Cabalgaron por caminos y praderas hasta que llegaron a un bosque tan grande y frondoso que el sol apenas se colaba entre las hojas. Cuando la noche empezó a caer, pintando el cielo de azul oscuro, vieron una lucecita parpadeando a lo lejos. "¡Mira!", dijo el príncipe, "Quizás encontremos un lugar donde descansar".

    Se acercaron y descubrieron una casita pequeña y algo torcida. Llamaron a la puerta y una viejita de cara arrugada pero ojos amables les abrió. "Buenas noches, viajeros", dijo. "Pero deben tener cuidado por aquí. Cerca vive mi hija. Es la joven más bella que puedan imaginar, pero ¡ay! tiene un secreto: es la jefa de una banda de ladrones y le encanta poner a prueba a la gente con acertijos. Si no adivinas su acertijo en tres días, las cosas no terminan bien".

    El príncipe, lejos de asustarse, sintió más curiosidad. "No se preocupe, buena mujer. Somos valientes. ¿Podríamos pasar la noche aquí?". La viejita suspiró, pero les dejó entrar y los escondió lo mejor que pudo.

    Al poco rato, llegó la hija. Era realmente hermosa, con cabello oscuro como la noche y ojos brillantes como estrellas. "¿Ha venido alguien, mamá?", preguntó con voz cantarina pero firme. "Nadie, hija mía, nadie", respondió la viejita.

    A la mañana siguiente, el príncipe decidió que quería conocer a esa misteriosa joven. Salió a su encuentro y ella, al verlo, sonrió. "Veo que eres valiente al quedarte", dijo. "Te propongo algo: te diré un acertijo. Tienes tres días para adivinarlo. Si lo consigues, serás mi esposo. Si fallas... bueno, ya sabes las reglas". El príncipe, encantado por su belleza y el desafío, aceptó sin dudar.

    Pasaron dos días. El príncipe daba vueltas y vueltas, pensaba y repasaba, pero no lograba descifrar el enigma. Empezaba a sentirse un poco preocupado. ¿Qué haría si no lo conseguía?

    En la tercera noche, desesperado, decidió dar un paseo cerca de unas ruinas que había visto no muy lejos de la casa. Se ocultó entre las sombras y, ¡qué sorpresa se llevó! Escuchó la voz de la bella joven. Estaba hablando sola, o quizás le contaba sus secretos a un cuervo que estaba posado cerca. Decía en voz alta: "¿Cuál es mi acertijo? 'Uno no mató a nadie, y sin embargo mató a doce'. ¡Ja! Nadie lo adivinará jamás". Y entonces, reveló la respuesta: "Fue el cuervo. Se comió un veneno que no era para él. Y luego, mis doce ladrones se comieron al cuervo... ¡y los doce cayeron!".

    ¡El príncipe lo había descubierto! ¡Esa era la respuesta! Con el corazón latiendo deprisa, esperó a que amaneciera.

    Al tercer día, se presentó ante la joven. Ella lo miró con suficiencia. "¿Y bien? ¿Has resuelto mi acertijo?".
    El príncipe, muy tranquilo, respondió: "Uno no mató a nadie, y sin embargo mató a doce. La respuesta es: el cuervo que comió veneno, y los doce ladrones que se comieron al cuervo".

    La cara de la joven cambió por completo. Se puso pálida y luego roja de furia. ¡No podía creer que él lo hubiera adivinado! Pero una promesa es una promesa. Así que, aunque no le hizo ninguna gracia, tuvo que cumplir su palabra.

    Se casaron allí mismo y emprendieron el viaje hacia el reino del príncipe. Durante el camino, ella iba callada y con el ceño fruncido. Para ver si había cambiado un poco, el príncipe dejó caer su guante a propósito y le dijo: "¿Podrías recogerlo, por favor?". Ella murmuró algo por lo bajo, pero bajó del caballo y lo recogió. Entonces el príncipe le dijo con calma: "Sé quién eres en realidad. Sé lo de tus ladrones. Y también sé cómo adiviné el acertijo. Te escuché anoche junto a las ruinas".

    La joven se quedó boquiabierta. Se dio cuenta de que el príncipe era más astuto de lo que pensaba y que ya no podía seguir con sus viejas costumbres. Quizás, pensó, era hora de empezar una nueva vida.

    Llegaron al palacio del príncipe, donde fueron recibidos con alegría. Celebraron una gran fiesta y, desde ese día, vivieron juntos muchas aventuras, pero esta vez, aventuras llenas de risas y descubrimientos, sin acertijos peligrosos ni secretos oscuros.

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