• La Cenicienta

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En una casa con un jardín lleno de flores, vivía una niña llamada Cenicienta. Era buena y amable, pero un día, su mamá se puso muy enferma y, antes de irse al cielo, le dijo: "Hija mía, sé siempre buena y piadosa, y yo te cuidaré desde arriba". Cenicienta lloró mucho, pero prometió serlo.

    Poco tiempo después, el papá de Cenicienta se casó de nuevo con una mujer que ya tenía dos hijas. Eran guapas por fuera, ¡pero muy feas por dentro! Desde ese día, la vida de Cenicienta cambió. La madrastra y sus hijas le quitaron sus bonitos vestidos, le dieron ropa vieja y la obligaron a hacer todos los trabajos de la casa: limpiar, cocinar, lavar... ¡Uf, qué cansancio! Por la noche, como no tenía cama, dormía junto a la chimenea, entre las cenizas, y por eso todos la llamaban Cenicienta.

    Un día, el papá iba a la feria y preguntó a sus hijas qué querían que les trajera. Las hermanastras pidieron vestidos caros y joyas brillantes. Cenicienta solo pidió la primera ramita que rozara su sombrero en el camino de vuelta. El papá le trajo una ramita de avellano. Cenicienta la plantó en la tumba de su mamá y la regaba todos los días con sus lágrimas. Pronto, creció un árbol hermoso, y cada vez que Cenicienta iba allí, un pajarito blanco bajaba del árbol y, si ella pedía algo, se lo concedía.

    Un día, el rey del país anunció una gran fiesta que duraría tres días. ¡Quería encontrar una esposa para su hijo, el príncipe! Todas las jóvenes del reino estaban invitadas. Las dos hermanastras estaban emocionadísimas. "¡Cenicienta, péinanos! ¡Cenicienta, limpia nuestros zapatos!", gritaban.

    Cenicienta también quería ir al baile, pero la madrastra se rio y le dijo: "¿Tú? ¡Mira qué pintas llevas! Además, no tienes vestido". Luego, para entretenerla, tiró un plato lleno de lentejas a las cenizas y le dijo: "Si separas todas las lentejas buenas de las malas en dos horas, podrás ir".

    Cenicienta fue al jardín, debajo del avellano, y llamó: "Pajaritos del cielo, tortolitas, y todos los pájaros bajo el sol, ayudadme a escoger, las buenas al cuenco, las malas al buche". Y vinieron dos palomas blancas, y luego las tórtolas, y finalmente todos los pajaritos del cielo, y se pusieron a picotear las lentejas. ¡Plic, plic, plic! En menos de una hora, ¡trabajo terminado!

    Cenicienta, contenta, se lo enseñó a la madrastra. Pero ella dijo: "No, no puedes ir. No tienes vestido ni sabes bailar, ¡harías el ridículo!". Y para que no pudiera ir, tiró dos platos de lentejas a las cenizas. Cenicienta volvió a llamar a los pajaritos, y otra vez la ayudaron rapidísimo. Pero la madrastra y las hermanastras se fueron riendo al baile, dejando a Cenicienta sola y triste.

    Cenicienta fue llorando al árbol de su madre y dijo: "Arbolito, arbolito, sacúdete y dame oro y plata". El pajarito le tiró un vestido más brillante que el sol y unos zapatitos de seda y plata. ¡Estaba preciosa!

    Cenicienta fue al baile. Nadie la reconoció, ¡ni sus hermanastras! El príncipe bailó solo con ella toda la noche. Antes de que terminara la fiesta, Cenicienta se fue corriendo para que no la descubrieran.

    Esto se repitió la segunda noche. Cenicienta pidió al arbolito un vestido aún más hermoso, y el príncipe volvió a bailar solo con ella. Y otra vez, se escapó antes del final.

    La tercera noche, el vestido era deslumbrante y los zapatos eran de oro puro. El príncipe, que estaba muy enamorado y no quería que se escapara otra vez, había untado las escaleras del palacio con pez, una sustancia pegajosa. Cuando Cenicienta bajó corriendo, uno de sus zapatitos de oro se quedó pegado en la escalera. ¡Qué mala suerte!

    El príncipe recogió el zapato y dijo: "La dueña de este zapato de oro será mi esposa".
    Al día siguiente, el príncipe fue casa por casa con el zapato. Cuando llegó a la casa de Cenicienta, la primera hermanastra intentó ponérselo. Como no le cabía el dedo gordo, la madrastra le dio un cuchillo y le dijo en secreto: "Córtatelo. Cuando seas reina, no necesitarás andar". La hermanastra se cortó el dedo, aguantó el dolor y se puso el zapato.

    El príncipe se la llevó, pero al pasar por el avellano, los pajaritos cantaron desde el árbol:
    "Mira, mira bien,
    ¡hay sangre en el zapato también!
    El zapato es pequeño, lo sé,
    la verdadera novia aún está en casa, ¡créeme!"
    El príncipe miró el zapato, vio la sangre y la devolvió a su casa.

    Luego probó la segunda hermanastra. A ella no le cabía el talón. La madrastra le dijo: "Córtate un trozo del talón. Cuando seas reina, no necesitarás andar". La hermanastra se cortó un trozo, aguantó el dolor y se metió el zapato.
    El príncipe se la llevó, pero los pajaritos volvieron a cantar lo mismo. El príncipe vio la sangre y también la devolvió.

    Entonces el príncipe preguntó: "¿No hay otra joven en esta casa?".
    El padre dijo: "Solo queda la pequeña Cenicienta, la hija de mi primera esposa, pero es imposible que sea ella, está siempre sucia".
    Pero el príncipe insistió en verla. Cenicienta salió, después de lavarse la cara y las manos. Se sentó y probó el zapatito de oro. ¡Le quedó perfecto, como si estuviera hecho para ella! Y cuando se levantó, el príncipe la reconoció como la hermosa desconocida del baile.

    El príncipe la subió a su caballo y se la llevó al palacio. Se celebró una boda maravillosa. Las dos hermanastras falsas fueron a la boda, queriendo ser amigas de Cenicienta ahora que era rica y poderosa. Pero cuando entraban a la iglesia, los pajaritos del avellano, que eran amigos de Cenicienta, bajaron volando y picaron un ojo a cada una. Y al salir de la iglesia, les picaron el otro ojo. Así, por su maldad y falsedad, se quedaron ciegas para siempre. Cenicienta, en cambio, vivió feliz para siempre con su príncipe.

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