• El cormorán y la abubilla

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    ¿Listos para una historia de plumas y picos? Pues escuchen bien, porque esto pasó no hace tanto, en un rincón del mundo donde los pájaros charlaban más que las personas.

    Allí vivían dos amigos muy particulares: un Cormorán, siempre elegante con su traje negro brillante, y una Abubilla, con un peinado de plumas en la cabeza que parecía una corona de rey un poco despeinada.

    Un día soleado, mientras pescaban en el río, el Cormorán dijo con su voz un poco presumida: "Amiga Abubilla, ¿qué te parece si hacemos una apuesta? A ver quién construye la casa más espectacular y resistente de todas."

    La Abubilla, que era más tranquila y pensativa, ladeó la cabeza y respondió: "¡Me parece una idea divertida, Cormorán! Acepto el desafío."

    Y así, los dos se pusieron manos a la obra, o mejor dicho, ¡alas y picos a la obra!

    El Cormorán, queriendo impresionar, eligió un lugar precioso justo al borde del lago. Trabajó sin descanso, acarreando ramas grandes, juncos fuertes y hasta algas brillantes para decorar. Su casa crecía y crecía, alta y majestuosa, con vistas al agua. "¡Ja! Esta sí que será una mansión", pensaba orgulloso, mirando su reflejo en el lago.

    Mientras tanto, la Abubilla voló hacia un viejo árbol hueco, un poco alejado del bullicio del lago. Con paciencia, fue juntando ramitas pequeñas, hojas secas, musgo suave y un poco de barro para unirlo todo. Su nido no era tan grande ni tan llamativo como la casa del Cormorán. Era más bien un nidito acogedor, bien escondido dentro del tronco del árbol, protegido por las ramas gruesas. "Mmm, aquí estaré calentita y segura", pensaba la Abubilla mientras acomodaba una pluma suave.

    Pasaron los días, y ambas casas estuvieron listas. El Cormorán invitó a todos los pájaros del lugar a admirar su palacio acuático. ¡Y vaya que era impresionante! Todos piaban de admiración.

    Pero una tarde, el cielo se puso gris oscuro, muy oscuro. Unas nubes negras como el carbón empezaron a correr por el cielo, y un viento frío comenzó a soplar con fuerza. ¡Se avecinaba una tormenta de las que hacen temblar hasta las montañas!

    El viento aullaba y la lluvia caía a cántaros. ¡Plaf, plaf, plaf! Las olas del lago, empujadas por el viento, se hicieron enormes y empezaron a golpear con furia la magnífica casa del Cormorán. ¡Crash! Una pared se vino abajo. ¡Zas! El techo salió volando. En poco tiempo, de la espectacular casa del Cormorán solo quedó un montón de ramas rotas flotando en el agua. El pobre Cormorán, empapado y tiritando, no sabía dónde meterse.

    ¿Y la Abubilla? Ella estaba tranquilita en su nido dentro del árbol. El viento soplaba fuerte por encima de las ramas, y la lluvia golpeaba las hojas, pero su casita, pequeña y bien resguardada, ni se movía. Estaba calentita, seca y segura, escuchando la tormenta desde su refugio.

    Cuando por fin la tormenta pasó y salió el sol, el Cormorán, con las plumas pegadas y cara de tristeza, vio a la Abubilla asomarse alegremente desde su nido.

    "Vaya, Abubilla", dijo el Cormorán con voz temblorosa. "Tu nido... ha resistido."

    La Abubilla sonrió con amabilidad. "Sí, amigo Cormorán. A veces, lo más sencillo y bien pensado es lo que mejor aguanta las dificultades."

    El Cormorán miró los restos de su casa y luego el nido humilde pero intacto de la Abubilla. Desde ese día, aprendió que no siempre lo más grande y vistoso es lo más fuerte o lo mejor. Y aunque siguió siendo un pájaro elegante, empezó a fijarse un poquito más en cómo hacer las cosas de forma práctica y segura, como su sabia amiga Abubilla.

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