La flaca Lisa
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita pintoresca, no muy lejos de un bosque frondoso, vivía una mujer llamada Lisa con su esposo, Enrique. Lisa no era precisamente la más trabajadora del mundo, ¡pero sí que le gustaba comer!
Un día, Enrique llegó a casa con un pollo hermoso y regordete. "Lisa," dijo con una sonrisa, "mira qué pollo tan estupendo. Ásalo bien para la cena. Y toma, aquí tienes una jarra de vino para que bebas un poquito mientras esperas, ¡pero no te lo acabes todo!"
Lisa tomó el pollo y lo puso en el asador sobre el fuego. El aroma que empezó a llenar la cocina era delicioso. "Mmm," pensó Lisa, "este pollo huele de maravilla. Y este vino... seguro que está muy rico." Se sirvió un vasito de vino. "¡Qué bien sabe!", exclamó.
Mientras el pollo giraba y se doraba, Lisa no podía quitarle los ojos de encima. "Quizás una alita para probar si está bien sazonado," se dijo. Arrancó un ala y se la comió. ¡Estaba exquisita! "Bueno, la otra alita se ve un poco sola," pensó, y también se la comió.
El vino seguía bajando y el pollo seguía menguando. "Un muslito no hará daño," murmuró Lisa, y el muslo desapareció. "Para que no quede cojo," y el otro muslo también. Así, trocito a trocito, sorbito a sorbito, ¡Lisa se comió el pollo entero y se bebió casi todo el vino!
De repente, oyó los pasos de Enrique que volvía del trabajo. "¡Ay, Dios mío!", exclamó Lisa. "¿Qué voy a hacer?" Rápidamente, escondió el asador vacío detrás de la chimenea y la jarra de vino casi vacía debajo de la mesa.
Enrique entró. "¡Lisa! ¡Qué bien huele! ¿Dónde está ese pollo tan rico?"
Lisa puso cara de preocupación. "¡Ay, Enrique, querido! Sucedió algo terrible. Mientras el pollo se asaba, vino un visitante inesperado. Dijo que era un amigo tuyo y, antes de que pudiera decir nada, ¡agarró el pollo del asador y se fue corriendo!"
Enrique se enfadó muchísimo. "¿Un amigo mío? ¡Qué descaro! ¡No se va a salir con la suya!" Agarró la piedra de afilar cuchillos que tenía cerca. "¡Voy tras él! ¡Al menos que me devuelva mi pollo o le daré con esta piedra!" Y salió corriendo de la casa.
Lisa, un poco mareada por el vino, tomó la jarra con el poquito que quedaba y corrió detrás de él, gritando: "¡Enrique, espera! ¡No tan rápido! ¡Y tú, ladrón, devuélvele el pollo! ¡O al menos devuélvele la piedra de afilar!"
Mientras tanto, un verdadero ladrón que justo había robado dos pollos de una granja vecina, escuchó los gritos de Enrique y Lisa. "¡Oh, no!", pensó el ladrón. "¡Me han descubierto!" Asustado, soltó los dos pollos que llevaba y escapó hacia el bosque lo más rápido que pudo.
Enrique, al ver los dos pollos en el camino, se detuvo. "¡Mira, Lisa!", gritó contento. "¡Qué suerte hemos tenido! ¡No solo recuperamos nuestro pollo, sino que el ladrón dejó otro más!"
Lisa sonrió, aliviada. "¡Sí, qué maravilla, Enrique! ¡Qué bueno que lo perseguiste!"
Volvieron a casa muy contentos con los dos pollos. Mientras Enrique preparaba uno para asar (esta vez vigilándolo de cerca), Lisa "encontró" la jarra de vino. "¡Oh, Enrique!", dijo con sorpresa fingida. "¡Mira lo que encontré debajo de la mesa! ¡El vino que me diste! Con tanto susto, se me olvidó."
Enrique, feliz con sus pollos, ni se dio cuenta del engaño. Y así, Lisa y Enrique cenaron pollo esa noche, y Lisa pensó que, a veces, tener mucha hambre y un poquito de astucia podía salir bastante bien.
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