• La serpiente blanca

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino donde el sol brillaba con alegría, vivía un rey un poco especial. Este rey tenía un plato favorito, ¡pero era un secreto! Cada día, un sirviente le llevaba este plato cubierto con una tapa de plata. Nadie, nadie sabía qué había debajo.

    Un día, el sirviente, que se llamaba Tomás (¡o quizás no, pero llamémosle Tomás!), no pudo más con la curiosidad. Cuando el rey no miraba, levantó un poquito la tapa y ¡sorpresa! Vio una serpiente blanca enrollada. Tomás, sin pensarlo mucho, probó un trocito chiquitito. ¡Y de repente, magia! Tomás empezó a entender lo que decían los animales.

    Poco después, la reina perdió su anillo más bonito. ¡Qué disgusto! Buscaron por todas partes, pero nada. El rey sospechó de Tomás, porque él entraba y salía de las habitaciones. "Si no aparece el anillo," dijo el rey enfadado, "tendrás problemas."

    Tomás estaba muy preocupado. Mientras paseaba por el jardín, oyó a unos patos que cotorreaban: "¡Qué rico estaba ese anillo brillante que me tragué hoy!". Tomás corrió a la cocina, pidió que cocinaran ese pato y ¡allí estaba el anillo! El rey se alegró mucho y le dijo a Tomás que pidiera lo que quisiera. Tomás, que soñaba con ver mundo, pidió un caballo y algo de dinero para viajar.

    Y así, Tomás se fue de aventuras. Un día, cerca de un río, vio unos peces que habían saltado fuera del agua y se ahogaban en la orilla. "¡Pobrecitos!", pensó Tomás, y con cuidado los devolvió al agua. Los peces, agradecidos, le dijeron: "¡Gracias, buen hombre! Si alguna vez necesitas ayuda, llámanos."

    Más adelante, su caballo estuvo a punto de pisar un hormiguero lleno de hormiguitas trabajadoras. Tomás desvió el caballo justo a tiempo. La reina de las hormigas salió y le dijo: "¡Has salvado a mi pueblo! Si nos necesitas, solo avisa."

    Luego, encontró a tres cuervitos que sus papás habían empujado del nido porque eran demasiado pequeños para volar. Estaban hambrientos. Tomás sintió pena, así que les dio de comer con su caballo. Los cuervitos, ya más fuertes, le graznaron: "¡Gracias por tu bondad! Te ayudaremos si lo necesitas."

    Finalmente, Tomás llegó a una gran ciudad. Allí, el rey había anunciado que su hija, la princesa, se casaría con quien superara tres pruebas muy difíciles. Muchos príncipes valientes lo habían intentado, pero ninguno lo había conseguido. Tomás decidió probar suerte.

    La primera prueba: la princesa lanzó un anillo de oro al mar. "Tráemelo", le dijo. Tomás fue a la orilla, muy triste, pensando que era imposible. Pero entonces, ¡aparecieron los peces que había salvado! El pez más grande llevaba el anillo en una concha. ¡Prueba superada!

    La segunda prueba: la princesa esparció diez sacos de mijo, unos granitos muy pequeños, por todo el jardín. "Recógelos todos antes del amanecer", ordenó. Tomás estaba desesperado. ¡Eran miles y miles de granitos! Pero entonces, llegó la reina de las hormigas con todo su ejército. Trabajaron toda la noche y, por la mañana, no quedaba ni un solo grano de mijo fuera de los sacos. ¡Prueba superada!

    La tercera prueba, la más difícil: "Tráeme una manzana del Árbol de la Vida", pidió la princesa. Tomás no tenía ni idea de dónde estaba ese árbol. Caminó y caminó, sin esperanza. De repente, oyó un aleteo. ¡Eran los tres cuervos que había alimentado! Volaron muy lejos, hasta el fin del mundo, y regresaron con una manzana dorada y brillante. ¡Prueba superada!

    Tomás había cumplido todas las pruebas. La princesa, que al principio no estaba muy convencida, vio lo bueno e inteligente que era Tomás. Compartieron la manzana del Árbol de la Vida, se casaron y fueron muy, muy felices en su reino.

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