• Las Tres Hojas de la Serpiente

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino donde el sol brillaba con alegría casi todos los días, vivía un rey que tenía una hija muy especial. La princesa era hermosa y buena, pero tenía una condición un poco extraña para casarse: quien quisiera ser su esposo, debía prometer que si ella moría primero, él sería enterrado vivo con ella. ¡Qué cosa tan seria! Muchos príncipes valientes daban media vuelta al escuchar esto.

    Pero un día, llegó un joven de un pueblo lejano. No era príncipe, pero tenía un corazón grande y valiente. Cuando escuchó la condición, pensó un momento y dijo: "Acepto. Amo tanto a la princesa que estaré con ella en la vida y en la muerte".

    Así que se casaron y fueron muy felices por un tiempo. Pero, ¡ay!, un día la princesa se puso muy enferma, y ni los mejores médicos del reino pudieron curarla. La princesa cerró los ojos para siempre. El rey lloró mucho, y el joven esposo, aunque con el corazón roto, cumplió su promesa.

    Lo llevaron a la tumba real, un lugar oscuro y silencioso, y lo encerraron allí con su amada princesa. El joven se sentó en un rincón, muy triste. De pronto, vio moverse algo: ¡una serpiente! Se acercaba al cuerpo de la princesa. El joven, para protegerla, tomó su espada y, con un ¡zas!, la cortó en tres pedazos.

    Al poco rato, apareció otra serpiente. Vio a su compañera en el suelo y se acercó. Luego, se fue y regresó con tres hojitas verdes en la boca. Con mucho cuidado, puso una hojita en cada pedazo de la serpiente muerta. ¡Y como por arte de magia, los pedazos se unieron y la serpiente volvió a la vida! Las dos serpientes se deslizaron juntas y desaparecieron.

    El joven se quedó con los ojos muy abiertos. "¡Qué maravilla!", pensó. "Si estas hojas curaron a la serpiente, quizás..." Rápidamente, recogió las tres hojitas verdes que la serpiente había dejado. Con manos temblorosas, colocó una hojita sobre la boca de la princesa y las otras dos sobre sus ojos.

    Esperó un momento, ¡y la princesa respiró! Luego, abrió los ojos y sonrió. ¡Estaba viva! El joven gritó de alegría y golpeó la puerta de la tumba con todas sus fuerzas. Los guardias, al escuchar los ruidos, abrieron asustados y se quedaron de piedra al ver a la princesa y al joven vivos y sonrientes.

    Corrieron a avisar al rey, quien no cabía en sí de felicidad. ¡Su hija había vuelto! Celebraron una gran fiesta y el rey le dio al joven muchas riquezas y honores.

    Pero, con el tiempo, algo cambió en el corazón de la princesa. Quizás el susto de la tumba la había afectado, o quizás nunca había amado de verdad a su esposo. Empezó a mirarlo con frialdad y a pensar que ya no lo quería.

    Un día, decidieron hacer un largo viaje por mar para visitar a un rey amigo. La princesa, en secreto, habló con el capitán del barco, que era un hombre un poco tramposo. Le prometió riquezas si la ayudaba a deshacerse de su esposo.

    Así, una noche, mientras el joven dormía tranquilamente en la cubierta del barco, la princesa y el capitán lo tomaron con cuidado y ¡plaf!, lo arrojaron al mar oscuro. Creían que nadie los había visto.

    Pero el fiel sirviente del joven, que siempre estaba atento, lo vio todo desde un rincón. Cuando el barco se alejó, el sirviente, que era muy listo y bueno, y que además había visto cómo su amo usó las hojas mágicas en la tumba, se lanzó al agua en un pequeño bote salvavidas. Remó y remó hasta que encontró el cuerpo de su amo flotando. Con mucho cuidado, lo subió al bote y sacó las tres hojitas verdes que el joven siempre llevaba consigo por si acaso. Puso las hojas sobre los ojos y la boca de su amo, ¡y el joven despertó!

    Estaba muy confundido, pero el sirviente le contó la traición de la princesa y el capitán. El joven se sintió muy triste, pero también decidido a hacer justicia. Juntos, remaron de vuelta a su reino, disfrazados para que nadie los reconociera.

    Fueron directamente al palacio del rey. El joven se presentó y contó toda la verdad: cómo la princesa había vuelto a la vida gracias a las hojas de serpiente y cómo luego lo había traicionado. El rey escuchó con asombro y luego con mucha rabia hacia su hija y el capitán.

    El rey, aunque le dolía el corazón por su hija, sabía que debía ser justo. Así que ordenó que la princesa y el capitán fueran subidos a un barquito que hacía un poquito de agua y los mandaron lejos, lejos, por el mar, para que aprendieran la lección.

    El joven valiente, que había sido tan bueno y leal, se quedó en el reino. Y aunque había pasado por muchas aventuras tristes, la gente lo quería y respetaba por su nobleza y su gran corazón. Y dicen que, de vez en cuando, miraba las tres hojitas verdes y recordaba que hasta en los momentos más oscuros, puede aparecer una pequeña luz de esperanza.

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