La Paja, el Carbón y la Haba
Cuentos de los Hermanos Grimm
Imaginen una cocina calentita. Allí, cerca del fuego, una viejecita preparaba su comida. Mientras removía las habichuelas en la olla, ¡pum! una de ellas saltó fuera y cayó al suelo, justo al lado de una pajita que se había escapado de una escoba. Casi al mismo tiempo, un carboncito encendido rodó desde la chimenea y aterrizó cerca de ellas.
La pajita dijo: "¡Hola! ¿De dónde vienen?"
"Yo me caí de la olla", suspiró la habichuela. "Si me quedaba, me hubieran cocinado".
"Y yo casi me quemo en el fuego", dijo el carbón, brillando un poquito menos.
"Yo también tuve suerte", añadió la pajita. "Me salvé de ser barrida y quemada".
"¿Saben qué?", dijo el carbón. "Ya que hemos escapado de un mal destino, podríamos irnos juntos a explorar el mundo. ¿Qué les parece?"
"¡Me encanta la idea!", exclamó la habichuela.
"¡Vamos!", dijo la pajita.
Así que los tres nuevos amigos se pusieron en camino. Anduvieron un rato hasta que llegaron a un arroyo pequeño pero con agua suficiente para que no pudieran cruzarlo fácilmente. No había puente.
"¿Y ahora qué hacemos?", preguntó la habichuela preocupada.
"¡Tengo una idea!", dijo la pajita con orgullo. "Soy larga y delgada. Me tumbaré de una orilla a la otra y ustedes podrán pasar sobre mí como si fuera un puente".
¡Qué buena idea! La pajita se estiró con cuidado sobre el arroyo. El carbón, que era un poco impaciente, decidió ser el primero en cruzar. Empezó a caminar despacito sobre la pajita. Pero cuando llegó justo al medio... ¡Ay! El calor que desprendía el carbón encendido quemó a la pobre pajita.
La pajita se partió por la mitad con un ruidito, ¡crac!, y tanto ella como el carbón cayeron al agua. La pajita se hundió y el carbón hizo un fuerte ¡chissssss! al tocar el agua fría y se apagó para siempre.
La habichuela, que esperaba su turno en la orilla y lo había visto todo, no pudo evitarlo. La situación le pareció tan inesperada y un poco cómica que empezó a reír. Se rio y se rio, ¡ja, ja, ja!, con tantas ganas que su piel no aguantó más y ¡PLAS! se partió por la mitad.
¡Pobre habichuela! Se habría quedado así, partida, si no fuera porque, por casualidad, pasaba por allí un sastre muy amable que iba de viaje. El sastre vio a la habichuela en apuros y le dio pena. Sacó su aguja y un hilo negro que tenía en su bolsa de costura.
Con mucho cuidado, juntó las dos partes de la habichuela y le cosió la rajita con el hilo negro. La habichuela le dio las gracias, muy contenta de estar entera otra vez.
Y dicen que, desde ese día, todas las habichuelas de su familia tienen una costura negra. Es la marca que les dejó el día en que una habichuela se rio tanto, tanto, por la aventura de sus amigos, la pajita y el carbón.
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