Los animales de Dios y los animales del diablo
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un tiempo muy lejano, cuando el mundo era nuevecito y brillante, Dios andaba muy ocupado creando a todos los animales. Hizo las ovejas suaves y lanudas, las vacas que dan leche rica, y los pájaros que cantan por las mañanas. Todos sus animales eran buenos y útiles.
El Diablo, que siempre estaba mirando de reojo lo que hacía Dios, sintió un poquito de envidia. "¡Bah!", pensó. "Si él puede hacer animales, ¡yo también!".
Así que se puso a trabajar. Intentó hacer un lobo. Se concentró mucho y dijo con vozarrón: "¡Lobo, aparece!". Pero no pasó nada. Solo el viento sopló un poquito.
Dios, que lo vio todo, se acercó y le dijo con una sonrisa amable: "Amigo Diablo, para que tus criaturas cobren vida, tienes que decir mi nombre".
Al Diablo no le gustó mucho la idea, pero quería tanto tener su propio lobo que refunfuñó: "Está bien, está bien". Y entonces gritó: "¡Lobo, aparece en nombre de Dios!".
¡Zas! Al instante apareció un lobo grande y gris, con ojos brillantes y dientes afilados. El Diablo estaba muy contento, ¡por fin había creado un animal! Pero, ¿sabes qué hizo el lobo? ¡Lo primerito que hizo fue correr y ñam, se comió una de las ovejas de Dios!
Dios suspiró y movió la cabeza. "Ya te lo decía yo, Diablo. Tus animales siempre van a causar algún que otro lío".
Pero el Diablo no se dio por vencido. "¡Ahora haré cabras!", exclamó. Y esta vez, para que fueran diferentes, les hizo unas colas larguísimas y muy elegantes, que se movían de un lado a otro como plumeros.
Las cabras salieron muy contentas a pasear por el campo, moviendo sus colas bonitas. Pero, ¡ay! Cuando pasaban cerca de los arbustos con espinas, sus colas largas se quedaban enganchadas. Las pobres cabras tiraban y tiraban, pero no podían soltarse. Empezaron a balar: "¡Meeeee, ayuda, meeee!".
El Diablo tuvo que ir corriendo a ayudarlas. Como no tenía tijeras a mano, y las cabras no paraban de quejarse, empezó a morderles las puntas de las colas para liberarlas de los arbustos. ¡Ñac, ñac, ñac! Una por una, fue mordisqueando las colas hasta que quedaron cortitas.
Y por eso, desde aquel día tan curioso, las cabras tienen esas colitas cortas y un poco respingonas. ¡Todo por culpa de las ideas un poco apresuradas del Diablo!
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