El hijo desagradecido
Cuentos de los Hermanos Grimm
En una casita acogedora, donde el sol entraba por la ventana, un hombre y su esposa estaban a punto de disfrutar de un pollo asado doradito y crujiente. ¡Qué rico olía!
De repente, el hombre vio a su anciano padre acercándose a la casa. Parecía cansado y con hambre.
"¡Oh, no!", pensó el hombre. "Si ve este pollo, querrá un poco". Y rápido, rápido, escondió el pollo para que su padre no lo viera.
El padre llegó, saludó, pero como no vio comida sobre la mesa, se despidió y se fue con la carita un poco triste.
Cuando el padre se marchó, el hombre dijo contento: "¡Ahora sí, a comer nuestro pollo!" Pero cuando fue a buscarlo... ¡sorpresa! En lugar del pollo delicioso, había un sapo enorme y feo, ¡un sapo gordo y con ojos saltones!
Antes de que pudiera decir nada, el sapo dio un gran salto y ¡PLAF! Aterrizó justo en la cara del hombre. Y allí se quedó pegado, como si fuera parte de él, ¡y no se quería bajar!
El hombre intentó quitárselo con todas sus fuerzas, pero no podía. El sapo no se movía ni un poquito. Y lo peor era que si el hombre no le daba de comer al sapo todos los días, ¡el sapo empezaba a morderle la cara para comerse un trocito!
Así que el pobre hombre tuvo que ir por el mundo con un sapo en la cara, alimentándolo cada día para que no lo lastimara. Y todos los niños y niñas que lo veían aprendían una lección muy importante: siempre hay que ser buenos y generosos con nuestros papás y mamás, ¡y compartir lo que tenemos!
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