El Burrito
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un reino donde el sol siempre parecía sonreír, vivían un rey y una reina. Tenían de todo: un castillo grande, jardines llenos de flores y muchos súbditos amables. Pero les faltaba una cosita para ser completamente felices: ¡un bebé!
Esperaron y esperaron, y un buen día, ¡sorpresa! La reina tuvo un bebé. Pero no era un príncipe o una princesa como esperaban. ¡Era un burrito! Al principio, el rey y la reina se quedaron un poco extrañados, pero pronto se encariñaron con su pequeño burrito.
El burrito creció feliz, correteando por el castillo. Aunque era un burrito, era muy listo. Un día, encontró un laúd y, para asombro de todos, ¡aprendió a tocarlo maravillosamente! Sus melodías eran tan dulces que hacían bailar hasta a las flores del jardín.
Un día, el burrito le dijo a su padre, el rey: "Papá, quiero conocer el mundo". El rey, aunque un poco triste, entendió. Le dio una bolsa con monedas de oro y lo despidió con un abrazo.
El burrito viajó y viajó hasta que llegó a otro reino. Se acercó al castillo y le dijo al guardia: "Soy un músico y me gustaría tocar para su rey". El guardia, al ver un burrito que hablaba y llevaba un laúd, se sorprendió mucho, pero lo dejó pasar.
El burrito tocó su laúd para el rey de ese reino. El rey quedó tan encantado con su música que le dijo: "¡Quédate en mi castillo! Serás mi músico especial".
El burrito vivía bien, pero un día el rey lo vio triste. "¿Qué te pasa, mi pequeño músico?", preguntó el rey. El burrito suspiró: "Es que he visto a su hija, la princesa, y me he enamorado de ella. Pero, ¿quién querría casarse con un burrito?".
El rey pensó un momento. Su hija también parecía triste últimamente. "Bueno", dijo el rey, "si ella te quiere, te podrás casar con ella". La princesa, que había escuchado la música del burrito y le gustaba su buen corazón, ¡dijo que sí! Así que organizaron una gran boda.
Llegó la noche de bodas. Cuando el burrito y la princesa entraron en su habitación, el burrito se quitó la piel de burro como si fuera un abrigo. ¡Y debajo apareció un príncipe guapísimo! La princesa se quedó con la boca abierta.
"Rápido", dijo el príncipe, "tenemos que quemar esta piel de burro para que no vuelva a transformarme". Así lo hicieron. El rey y la reina se pusieron felicísimos al ver que su yerno era un príncipe de verdad. Y así, el príncipe y la princesa vivieron felices para siempre, y con el tiempo, él heredó ambos reinos, gobernando con alegría y mucha música.
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