Las tres hiladoras
Cuentos de los Hermanos Grimm
En cierto lugar, vivía una muchacha a la que no le gustaba nada, pero nada de nada, trabajar. ¡Especialmente hilar! Su madre, a veces, se enfadaba mucho. Un día, la Reina pasó por su casa y escuchó a la madre regañando a la chica.
La Reina preguntó: "¿Por qué gritas tanto a tu hija?"
La madre, un poco avergonzada, inventó rápidamente: "¡Oh, Majestad! Es que no puedo hacer que deje de hilar. ¡Quiere hilar todo el lino del reino y yo no tengo suficiente!"
La Reina, a quien le encantaba el lino hilado, dijo: "¡Qué maravilla! Tráela a mi castillo. Tengo habitaciones llenas de lino. Si lo hila todo en tres días, se casará con mi hijo, el Príncipe."
La muchacha se asustó, ¡pero no podía decir que no a la Reina!
En el castillo, la llevaron a un cuarto enorme, ¡repleto de lino hasta el techo! La Reina dijo: "Tienes tres días". Y cerró la puerta.
La pobre muchacha se sentó y empezó a llorar. ¡No sabía hilar ni un poquito!
De repente, ¡toc, toc, toc! Tres mujeres extrañas aparecieron en la ventana.
Una tenía un pie enormeee y plano, ¡como una tortita!
Otra tenía un labio inferior tan grande que le colgaba hasta la barbilla.
Y la tercera tenía un dedo pulgar ¡gigantesco!
Ellas le dijeron: "No llores. Hilaremos todo por ti si nos invitas a tu boda, nos llamas tus primas y no te avergüenzas de nosotras."
La muchacha, desesperada, aceptó enseguida: "¡Claro que sí! ¡Lo prometo!"
Y ¡zas! Las tres mujeres se pusieron a trabajar. Una pisaba el pedal con su pie plano, ¡zum, zum, zum! Otra mojaba el hilo con su labio grande, ¡chup, chup, chup! Y la tercera torcía el hilo con su pulgar gigante, ¡vueltas y vueltas!
En un abrir y cerrar de ojos, ¡todo el lino estaba hilado perfectamente!
Cuando la Reina volvió, no podía creer lo que veía. ¡Todo el lino convertido en hilo fino y brillante!
Cumplió su promesa y preparó la boda entre la muchacha y el Príncipe.
El día de la boda, llegaron las tres "primas". El Príncipe, al verlas, preguntó con curiosidad:
"Querida, ¿quiénes son estas señoras tan... particulares?"
La muchacha dijo: "Son mis primas, y las quiero mucho."
El Príncipe, educado, preguntó a la primera: "Prima, ¿por qué tiene usted ese pie tan grande?"
"De tanto pisar el pedal de la rueca, mi Príncipe", contestó ella.
Luego preguntó a la segunda: "Y usted, prima, ¿por qué ese labio tan caído?"
"De tanto lamer el hilo, mi Príncipe", dijo.
Finalmente, a la tercera: "Y su pulgar, prima, ¿por qué es tan enorme?"
"De tanto torcer el hilo, mi Príncipe", respondió.
El Príncipe se quedó pensando y dijo: "¡Caramba! Si hilar hace esas cosas, ¡mi esposa tan bella nunca, nunca más tocará una rueca!"
Y así fue como la muchacha, que odiaba hilar, vivió feliz para siempre sin tener que volver a acercarse a una rueca. ¡Qué suerte tuvo!
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