• La estufa de hierro

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un bosque oscuro y misterioso, donde los árboles parecían susurrar secretos, una joven princesa se había perdido. ¡Qué susto! Caminó y caminó, con los pies cansados y el corazón un poquito asustado, hasta que, de repente, vio algo muy extraño en medio de los árboles: ¡una vieja estufa de hierro!

    Mientras la miraba con curiosidad, una voz salió de la estufa:
    "Princesa, ¿por qué estás tan solita en el bosque?"
    La princesa dio un saltito. "¿Quién habla?", preguntó mirando a todos lados.
    "Soy yo, la estufa de hierro", respondió la voz. "Si prometes casarte conmigo, te ayudaré a encontrar el camino de regreso a tu palacio".

    La princesa pensó: "¡Qué idea tan rara! ¿Casarme con una estufa? Pero bueno, si me ayuda a salir de aquí...". Así que dijo en voz alta: "¡Sí, estufa de hierro, lo prometo! Si me ayudas, me casaré contigo".
    "¡Excelente!", dijo la estufa. "Sigue el sendero que va hacia el sol poniente, y no te desvíes. Llegarás a casa antes de que anochezca".

    La princesa siguió las instrucciones y, ¡tal como dijo la estufa!, encontró el camino de regreso a su hermoso palacio. Su padre, el rey, se alegró muchísimo de verla, pero cuando la princesa le contó su promesa, el rey se puso un poco serio. "¿Casarte con una estufa, hija mía?".
    Pero la princesa era una niña de palabra y dijo: "Papá, una promesa es una promesa".

    Así que, unos días después, la princesa, con un vestido sencillo pero con el corazón valiente, volvió al bosque. La estufa estaba allí, esperándola.
    "Ahora", dijo la voz de la estufa, "toma este pequeño cuchillo y raspa con cuidado un agujerito en mi costado".
    La princesa, aunque un poco nerviosa, hizo lo que le pedía. Raspó y raspó con suavidad hasta que hizo un pequeño hueco. Y entonces... ¡sorpresa! Por el agujerito no salió humo ni ceniza, ¡sino la mano de un joven muy apuesto! Y luego, ¡salió él entero! Era un príncipe encantador.

    "¡Gracias, princesa!", dijo el príncipe sonriendo. "Una bruja malvada me convirtió en esta estufa de hierro, y solo la promesa de amor de una princesa podía liberarme. ¡Y esa has sido tú!".
    La princesa se puso colorada de alegría. ¡No se iba a casar con una estufa, sino con un príncipe de verdad!

    Decidieron casarse, claro que sí. Pero antes, el príncipe quería ir a su propio reino para preparar todo y despedirse de su familia. Le dijo a la princesa: "Amada mía, espérame aquí. Pero ten mucho cuidado: si mientras estoy fuera, una luz de tu palacio me ilumina directamente, el encantamiento volverá a medias y desapareceré lejos, muy lejos".
    La princesa prometió tener muchísimo cuidado.

    Pero, ¡ay!, una noche, mientras el príncipe estaba cerca, preparándose para partir, la princesa, sin querer, dejó una vela encendida cerca de una ventana que daba justo hacia donde él estaba. Un rayito de luz travieso se escapó y tocó al príncipe. ¡Puf! En un abrir y cerrar de ojos, el príncipe desapareció. Solo quedó en el suelo un rastro de pequeñas piedras brillantes.

    La princesa lloró mucho, pero luego se secó las lágrimas y dijo: "¡No me rendiré! ¡Encontraré a mi príncipe!".
    Y así, siguió el rastro de las piedritas brillantes. Caminó días y noches. En su camino, se encontró con una rana muy sabia sentada en una hoja de nenúfar.
    "Princesa, ¿adónde vas con tanta prisa?", preguntó la rana.
    La princesa le contó su triste historia.
    La rana, que era mágica, le dio tres nueces especiales. "Toma estas nueces. Ábrelas solo cuando de verdad las necesites mucho, mucho".

    La princesa agradeció a la rana y siguió su viaje. Finalmente, llegó a un reino lejano donde se enteró de una terrible noticia: ¡su príncipe estaba allí, pero iba a casarse con otra princesa! Resulta que, al desaparecer, había olvidado quién era ella.

    La princesa se sintió muy triste, pero recordó las nueces. "¡Es el momento!", pensó.
    Abrió la primera nuez. ¡Dentro había un vestido tan brillante como el sol! Fue al palacio y le ofreció el vestido a la nueva prometida del príncipe a cambio de pasar una noche en la antecámara de la habitación del príncipe. La prometida, que adoraba los vestidos bonitos, aceptó.
    Esa noche, la princesa le habló al príncipe desde la antecámara, contándole quién era y todo lo que habían vivido. Pero la prometida le había dado al príncipe una bebida para dormir, y él no escuchó nada.

    Al día siguiente, la princesa abrió la segunda nuez. ¡De ella salió un vestido tan resplandeciente como la luna llena! Volvió a ofrecérselo a la prometida a cambio de otra noche en la antecámara. Y otra vez, el príncipe durmió profundamente.

    La princesa estaba a punto de perder la esperanza, pero aún le quedaba una nuez. La abrió. ¡Oh! ¡Dentro había un vestido tejido con hilos de estrellas, el más maravilloso que jamás se había visto! Por tercera vez, se lo ofreció a la prometida.
    Pero esta vez, un sirviente fiel del príncipe, que había escuchado a la princesa las noches anteriores, le avisó al príncipe que no bebiera la poción para dormir.

    Esa noche, cuando la princesa comenzó a hablar con voz temblorosa, recordando su amor y la estufa de hierro, el príncipe, que estaba despierto, la escuchó.
    "¡Esa voz!", pensó. "¡Es ella! ¡Es mi verdadera princesa!".
    Se levantó de un salto, corrió a la antecámara y abrazó a la princesa. ¡Por fin la recordaba!

    Juntos, huyeron de aquel palacio en un caballo mágico que apareció de la nada (quizás la rana sabia tuvo algo que ver). Volaron por los cielos hasta el reino del príncipe, donde todos se alegraron de verle regresar con su verdadera amada.
    Celebraron una boda grandiosa, la más alegre de todas. Y el príncipe y la princesa vivieron felices para siempre, recordando a veces con una sonrisa la aventura de aquella vieja estufa de hierro en medio del bosque.

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