• Fielnarigón y Deslealnarigón

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino no muy lejano, vivía un matrimonio muy bueno que deseaba con todas sus fuerzas tener un hijito. Un día, su sueño se hizo realidad, ¡nació un niño! Pero eran tan pobres que no sabían a quién pedirle que fuera el padrino. Justo entonces, apareció un hombre rico y amable que dijo: "Yo seré el padrino, y lo llamaremos Fernando".

    Cuando Fernando creció, su padrino le dio una llave especial. "Ve a aquel castillo," le dijo, "abre la última puerta y encontrarás un regalo para ti". Fernando obedeció y, ¡sorpresa! Detrás de la puerta había un caballo blanco como la nieve, ¡el más hermoso que jamás había visto!

    Fernando montó su caballo y partió. En el camino, encontró una pluma que parecía querer escribir sola. "¡Qué maravilla!", pensó, y la guardó. Más adelante, vio un pececito dorado saltando en la orilla, casi sin agua. "¡Pobrecito!", exclamó Fernando, y con cuidado lo devolvió al río. El pez, antes de irse, le dijo: "Gracias, buen Fernando. Si alguna vez me necesitas, llámame".

    Llegó a una posada y allí conoció a otro joven llamado también Fernando. Pero este Fernando no era tan bueno, y en secreto le llamaremos Fernando Desleal. Fernando Desleal vio el caballo blanco y la pluma mágica y sintió mucha envidia.

    Juntos llegaron al palacio de un rey. El rey estaba muy triste porque su hija, la princesa Lina, había sido raptada. Fernando Desleal, queriendo quedar bien, dijo: "¡Mi amigo Fernando Leal puede rescatarla!".

    Fernando Leal se preocupó, pero su caballo blanco le susurró: "No temas. La pluma mágica escribirá una carta al rey diciendo que pronto traerás a la princesa. Tú pide pan para el camino". La pluma, ¡zas!, escribió la carta solita y se la entregaron al rey. Luego, con el pan, Fernando y su caballo cabalgaron hasta un castillo custodiado por gigantes. Fernando les lanzó el pan, y mientras los gigantes comían distraídos, entró y encontró a la princesa Lina. Estaba muy triste. El caballo le dijo: "Toma ese vestido brillante, ese anillo de oro y esa rueca dorada que están allí". Fernando los tomó, ayudó a la princesa a subir al caballo y escaparon veloces.

    Cuando regresaron, el rey se puso felicísimo. Pero Fernando Desleal dijo: "Fui yo quien le dio la idea".

    La princesa Lina seguía un poco triste. El rey preguntó qué más se podía hacer. Fernando Desleal, rápido, dijo: "¡Fernando Leal puede traer el caballo que vuela como el viento!". Fernando Leal se angustió. Pero su caballo blanco le dijo: "Pide al rey mucho oro. Luego, ve al río y llama al pececito".

    El pececito apareció y le dio una concha mágica. "Con esto," dijo el caballo, "iremos al nido del Grifo, el dueño del caballo volador". Llegaron al nido. El Grifo salió furioso, pero Fernando le puso la concha en el pico y el Grifo no pudo gritar. Así, tomaron el caballo volador y regresaron. El rey estaba impresionado. Fernando Desleal volvió a decir: "¡Otra gran idea mía!".

    Aunque la princesa sonreía más, aún faltaba algo. Fernando Desleal sugirió: "¡Que Fernando Leal traiga una pluma del ave Fénix!". Fernando Leal ya no sabía qué hacer. Su fiel caballo le animó: "Cabalga siete días sin parar". Así lo hizo. Encontraron al ave Fénix, brillante como el sol. El caballo blanco luchó valientemente contra el Fénix, y Fernando Leal logró tomar una de sus plumas doradas.

    Con la pluma del Fénix, la princesa Lina recuperó toda su alegría. El rey, encantado, quiso casarla con el héroe. "¿Pero quién es el verdadero héroe?", preguntó.
    La princesa Lina sonrió y dijo: "El que me rescató también tiene mi vestido, mi anillo y mi rueca dorada".
    Fernando Leal mostró los objetos. ¡Él era el héroe! Fernando Desleal se quedó mudo de la sorpresa y la vergüenza.

    El rey, muy enfadado con Fernando Desleal por sus mentiras, lo envió lejos del reino. Fernando Leal se casó con la princesa Lina, y vivieron felices para siempre, siempre acompañados por el valiente caballo blanco.

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