• La luz azul

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino donde los árboles susurraban secretos al viento, vivía un soldado que había luchado con gran valor para su rey. Pero cuando la guerra terminó, el rey le dijo: "Ya no te necesito, puedes irte", y le dio tan poco dinero que apenas le alcanzaba para un pan.

    El soldado, triste y con el estómago vacío, caminaba por un bosque oscuro. De pronto, se encontró con una viejecita de ojos chispeantes. "¡Hola, valiente soldado!" dijo ella. "¿Por qué tan cabizbajo?"
    El soldado le contó su pena.
    La viejecita sonrió y le dijo: "Si me ayudas, te daré tanto oro que no sabrás dónde guardarlo. En ese pozo seco de allí, hay una luz azul que olvidé. Bájame en una cesta, tráemela, y serás rico".

    El soldado, que no tenía nada que perder, aceptó. La viejecita lo bajó con una cuerda. Abajo, todo estaba oscuro, pero encontró la luz azul. Era pequeña y brillaba con un fulgor misterioso. Cuando gritó para que lo subieran, la viejecita le dijo: "¡Primero dame la luz!".
    "¡No!" pensó el soldado. "Esta bruja tiene malas intenciones". Así que respondió: "¡No, primero sácame de aquí y luego te la daré!".
    La bruja se enfadó y lo dejó caer de nuevo al fondo del pozo, desapareciendo entre risas.

    El soldado se quedó solo en la oscuridad, pero aún tenía la luz azul. Intentó encender su pipa con ella y, ¡zas!, un hombrecillo diminuto, vestido de verde, apareció frente a él.
    "¿Qué ordena, mi amo?" preguntó el hombrecillo con una reverencia.
    "¡Vaya!" exclamó el soldado, sorprendido. "¡Sácame de este pozo!"
    En un abrir y cerrar de ojos, el soldado estaba fuera, sano y salvo. El hombrecillo desapareció.

    El soldado, ahora más astuto, pensó: "Esta luz es mágica". Volvió a encenderla.
    "¿Qué ordena, mi amo?" dijo el hombrecillo.
    "Primero, quiero una buena cena y una cama cómoda", pidió el soldado. Y al instante, tuvo un banquete delicioso y una cama mullida en una posada.
    Luego, el soldado quiso vengarse del rey. "Hombrecillo", dijo, "trae a la princesa aquí mientras duerme. Quiero ver si es tan hermosa como dicen".
    El hombrecillo, veloz como el pensamiento, trajo a la princesa dormida. Era bellísima. El soldado la admiró un rato y luego ordenó al hombrecillo que la llevara de vuelta.

    A la mañana siguiente, la princesa le contó a su padre, el rey, que había tenido un sueño muy extraño en el que volaba hasta la habitación de un soldado. El rey se preocupó.
    La reina, que era muy lista, le dijo a la princesa: "Esta noche, haz un pequeño agujero en tu bolsillo y llénalo de guisantes. Si te llevan, los guisantes marcarán el camino".
    Pero el hombrecillo mágico era aún más listo. Vio los guisantes y los recogió uno por uno, sembrando otros por todas las calles para confundir al rey.

    La noche siguiente, el soldado volvió a pedir ver a la princesa.
    Al día siguiente, la princesa volvió a contar su "sueño". La reina entonces le dijo: "Esta noche, cuando te acuestes, esconde uno de tus zapatos en la habitación donde sueñes estar".
    Así lo hizo la princesa. Cuando el hombrecillo la llevó, ella escondió un zapatito de seda debajo de la cama del soldado.

    A la mañana siguiente, el rey ordenó buscar el zapato por toda la ciudad. ¡Y lo encontraron en la habitación del soldado!
    El soldado fue arrestado y llevado a juicio. Lo condenaron a morir.
    Cuando estaba a punto de ser ejecutado, pidió un último deseo: "Permítanme fumar mi pipa una última vez".
    El rey, pensando que era un deseo inofensivo, se lo concedió.
    El soldado sacó su luz azul y la encendió. ¡Zas! Apareció el hombrecillo.
    "¿Qué ordena, mi amo?"
    "¡Sálvame de estos injustos!" gritó el soldado. "¡Y castiga a los que me han tratado mal!"
    El hombrecillo, con una fuerza increíble para su tamaño, empezó a darles una tunda a los guardias y al verdugo. Corrieron despavoridos. El rey, muerto de miedo, le suplicó al soldado que lo perdonara y le ofreció su reino y la mano de su hija, la princesa.

    El soldado, que en el fondo tenía buen corazón, aceptó. Se casó con la hermosa princesa, se convirtió en rey y gobernó con justicia, siempre con su pequeña luz azul a mano, por si acaso. Y el hombrecillo verde siguió sirviéndole fielmente, aunque ya no para traer princesas dormidas, sino para ayudarle a tomar buenas decisiones para su pueblo.

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