• El niño testarudo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    Imaginen un niño que siempre, siempre decía "¡No!". Si su mamá le pedía que ayudara a poner la mesa, él respondía: "¡No quiero!". Si le decía que era hora de irse a la cama, él gritaba: "¡Pues no me voy!". Era un niño muy, pero que muy terco, y nunca hacía lo que le decían sus papás.

    Un día, este niño tan cabezota se puso muy malito. Tan malito que, después de un tiempo, cerró los ojitos y se fue a dormir para siempre. Lo llevaron a un campito verde y bonito, y lo pusieron a descansar bajo la tierra, en una cajita especial. Lo taparon bien con tierra suavecita para que estuviera calentito.

    Pero, ¡qué cosa más rara! Al día siguiente, cuando la gente pasó por allí, ¡zas!, un bracito pequeño del niño estaba asomando por encima de la tierra. ¡Qué susto! Intentaron meter el bracito otra vez para adentro, con mucho cuidado. Lo empujaron suavemente, diciendo: "Venga, bracito, a descansar".

    Pero nada. Apenas se daban la vuelta, ¡hop!, el bracito volvía a salir, como si quisiera saludar o decir algo. La gente del pueblo no sabía qué hacer. Volvían a meterlo, y el bracito volvía a salir. ¡Era un brazo muy testarudo, igual que el niño!

    Al final, tuvo que venir su mamá. Ella estaba muy triste, claro, pero sabía que su hijo había sido muy desobediente en vida. Con el corazón encogido, tomó una ramita delgada de un árbol cercano. Se acercó despacito a donde estaba su niño y, con la ramita, le dio unos golpecitos suaves en el bracito que salía. No le dio fuerte, solo unos toquecitos, como diciéndole: "Hijo mío, ya es hora de obedecer y descansar tranquilo".

    Y, ¿saben qué pasó? Después de esos golpecitos de mamá, el bracito se metió despacito bajo la tierra y ya no volvió a salir más. Por fin, el niño terco pudo descansar en paz. Y todos entendieron que, a veces, hay que hacer caso, aunque no nos apetezca mucho.

    1338 Vistas