El sastrecillo valiente
Cuentos de los Hermanos Grimm
En un pequeño taller lleno de hilos de colores y telas brillantes, trabajaba un sastrecillo muy alegre. Un día, mientras cosía un chaleco, unas moscas molestas no paraban de zumbar a su alrededor, ¡qué fastidio! El sastrecillo, un poco harto, cogió un trapo y ¡ZAS! Con un solo golpe, aplastó siete moscas de una vez.
"¡Caramba!", pensó el sastrecillo. "¡Siete de un golpe! ¡Esto es increíble! ¡El mundo entero debe saber de mi valentía!". Así que, ni corto ni perezoso, bordó en un cinturón nuevo unas letras grandes que decían: "SIETE DE UN GOLPE".
Con su cinturón bien puesto, decidió que su taller era demasiado pequeño para alguien tan valiente y salió a recorrer el mundo. En el bolsillo llevaba un trozo de queso y, por si acaso, un pajarillo que había encontrado en el camino.
No había andado mucho cuando se encontró con un gigante enorme que estaba sentado en la ladera de una montaña. El gigante vio al sastrecillo y leyó su cinturón. "¡Siete de un golpe!", gruñó el gigante. "Debes ser muy fuerte para haber matado a siete hombres de un solo golpe. A ver, demuéstrame tu fuerza".
El gigante cogió una piedra y la apretó tanto que salieron unas gotas de agua. "Haz tú lo mismo", le retó.
El sastrecillo, que era más listo que fuerte, sacó su trozo de queso del bolsillo y lo apretó con todas sus fuerzas. Del queso empezó a salir todo el suero, que parecía agua. "Así está bien?", preguntó con una sonrisa.
El gigante se quedó con la boca abierta. Luego, cogió otra piedra y la lanzó tan alto que casi se perdió de vista. "A ver si puedes lanzar algo tan alto como yo".
El sastrecillo metió la mano en el bolsillo, sacó el pajarillo y lo lanzó al aire. "Mi piedra volará tan alto que no volverá", dijo. Y, claro, el pajarillo voló y voló hasta desaparecer en el cielo.
El gigante estaba cada vez más impresionado. "Bueno, ya que eres tan fuerte, ayúdame a llevar este árbol que he cortado", dijo señalando un roble enorme.
"Claro", respondió el sastrecillo. "Tú carga con el tronco, que es la parte más pesada, y yo llevaré las ramas, que aunque son muchas, pesan menos".
El gigante se echó el pesado tronco al hombro y empezó a caminar. El sastrecillo, muy astuto, se sentó en una de las ramas más grandes y se dejó llevar, silbando alegremente, mientras el gigante sudaba la gota gorda.
Llegaron a la cueva del gigante. La cama era tan grande que el sastrecillo podría haberse perdido en ella. Como no le gustaba mucho la idea de dormir con el gigante, cuando este se durmió, el sastrecillo se deslizó de la cama y se acurrucó en un rincón. A medianoche, el gigante, pensando que el sastrecillo dormía profundamente, cogió una barra de hierro enorme y ¡PLAF! golpeó la cama con todas sus fuerzas, justo donde creía que estaba el pequeño.
A la mañana siguiente, el sastrecillo salió de su rincón silbando como si nada. El gigante, al verlo, se asustó muchísimo pensando que había sobrevivido a semejante golpe y, creyendo que el sastrecillo era invencible, salió corriendo de la cueva y no paró hasta perderse de vista.
El sastrecillo continuó su camino y llegó a un reino. Se tumbó a descansar en el jardín del palacio y se quedó dormido. Los guardias del rey, al ver su cinturón que decía "SIETE DE UN GOLPE", pensaron que era un gran guerrero y corrieron a contárselo al rey.
El rey, que tenía algunos problemas en su reino, pensó que aquel hombretón (pues así lo imaginaban por su lema) podría ayudarle. Le ofreció la mano de su hija, la princesa, y la mitad de su reino si lograba cumplir tres tareas muy peligrosas.
La primera tarea era acabar con dos gigantes malvados que vivían en el bosque y que robaban y asustaban a todo el mundo. El sastrecillo fue al bosque y encontró a los dos gigantes durmiendo bajo un gran árbol. Con mucho cuidado, se llenó los bolsillos de piedras, trepó al árbol y empezó a tirarles piedrecitas, primero a uno y luego al otro.
Los gigantes se despertaron de mal humor. "¿Por qué me pegas?", gruñó uno. "¡Yo no te he pegado, habrás sido tú!", respondió el otro. Empezaron a discutir y, como los gigantes son muy brutos, terminaron peleándose entre ellos con tanta furia, arrancando árboles para usarlos como garrotes, que acabaron derrotándose el uno al otro. El sastrecillo bajó del árbol y dijo a los soldados del rey que el trabajo estaba hecho.
La segunda tarea era capturar un unicornio muy fiero que nadie había podido atrapar. El sastrecillo fue al bosque donde vivía el unicornio. Cuando el animal lo vio, cargó contra él con su afilado cuerno. El sastrecillo, muy ágil, esperó hasta el último momento y se apartó de un salto, haciendo que el unicornio clavara su cuerno profundamente en el tronco de un árbol. ¡Atrapado!
La tercera tarea era cazar un jabalí terrible que destrozaba los campos. El sastrecillo encontró al jabalí y empezó a correr. El jabalí, furioso, lo persiguió. El sastrecillo lo guio hasta una capilla abandonada que había visto cerca, entró corriendo por una puerta y salió rápidamente por una ventana al otro lado. El jabalí, que era más grande y torpe, entró por la puerta pero no pudo salir por la ventana, y el sastrecillo cerró la puerta de un portazo, dejando al animal encerrado.
El rey, aunque un poco a regañadientes porque el sastrecillo no era tan grande como imaginaba, tuvo que cumplir su promesa. El sastrecillo se casó con la princesa y recibió la mitad del reino.
Pasado un tiempo, una noche, la princesa escuchó a su marido hablar en sueños. Decía: "¡Chico, cóseme este chaleco y remiéndame estos pantalones, o te daré con la vara de medir en las orejas!". La princesa se dio cuenta de que su marido no era un gran guerrero, ¡sino un simple sastre! Muy enfadada, fue a contárselo a su padre. El rey decidió que a la noche siguiente unos sirvientes entrarían en la habitación y se llevarían al sastrecillo lejos.
Pero un escudero leal al sastrecillo escuchó el plan y se lo contó. Esa noche, cuando la princesa creía que dormía, el sastrecillo empezó a hablar en voz alta, como si soñara: "¡He matado a siete de un golpe, he vencido a dos gigantes, he atrapado un unicornio y he cazado un jabalí! ¿Y voy a tener miedo de los que están esperando detrás de la puerta?".
Los sirvientes del rey, que estaban escuchando al otro lado, se llenaron de terror al oír aquello. Pensaron que si se atrevían a entrar, el sastrecillo acabaría con ellos. Así que salieron corriendo y nunca más intentaron molestarle.
Y así fue como el pequeño y astuto sastrecillo vivió felizmente, llegó a ser rey y todos lo respetaron, no tanto por su fuerza, sino por su gran inteligencia. Y aunque nadie lo supiera, su mayor hazaña siempre sería, en secreto, la de aquellas siete moscas.
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