• El mayal del cielo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un pequeño rincón del mundo, vivía un campesino que trabajaba y trabajaba, pero la suerte no le sonreía mucho. Un día, cansado de tanta fatiga y poca recompensa, se sentó bajo un árbol y suspiró tan fuerte que casi se lleva las hojas.

    De repente, pensó: "Quisiera ver cómo es el Cielo". Y como a veces los deseos se cumplen de formas misteriosas, ¡zas!, se encontró viajando hacia arriba, más allá de las nubes.

    Llegó a una puerta grandota y brillante. Allí estaba San Pedro, con su barba blanca como algodón de azúcar y una llave dorada que parecía un sol pequeño.

    "Buenos días, San Pedro," dijo el campesino. "¿Podría echar un ojito adentro?"
    San Pedro sonrió. "Claro, pasa. Pero compórtate, ¿eh?"

    El campesino entró y abrió los ojos como platos. ¡Qué maravilla! Todo brillaba y había música suave flotando en el aire. Vio a mucha gente feliz, comiendo manjares deliciosos y bebiendo jugos de frutas que parecían arcoíris líquidos.

    Pero nuestro amigo campesino frunció el ceño un poquito. "Vaya," pensó, "aquí todos descansan y comen bien, y yo en la Tierra trabajando de sol a sol. ¡Esto no me parece muy justo!"

    En eso, vio un banquito de oro puro, ¡tan brillante que encandilaba! "Ese banquito es para alguien importante como yo", se dijo. Y fue directo a sentarse.

    Pero apenas lo tocó, ¡fuuuush! Una fuerza invisible lo levantó por los aires y lo mandó de vuelta a la Tierra, ¡más rápido que un estornudo!

    Aterrizó en su campo, un poco aturdido. Y justo entonces, ¡clonc!, algo cayó del cielo a su lado. Era un mayal, esa herramienta que usan los campesinos para separar el grano de la paja.

    Pero este no era un mayal común y corriente. Cuando el campesino lo probó con un poco de trigo, ¡salieron montones y montones de grano! Y cuando, por curiosidad, golpeó una piedra, ¡aparecieron monedas de oro!

    ¡El campesino no cabía en sí de alegría! "¡Soy rico!", gritaba mientras bailaba.

    Se compró la casa más bonita del pueblo, la ropa más elegante y comía pasteles todos los días. Pero con tanta riqueza, se olvidó de trabajar. "¿Para qué voy a sudar en el campo si tengo mi mayal mágico?", pensaba. Se volvió un poco orgulloso y ya no compartía nada con nadie.

    Un día, cuando su bolsillo empezó a vaciarse, fue a buscar su mayal para conseguir más oro. Buscó y rebuscó, pero... ¡el mayal no estaba! ¡Había desaparecido!

    Lo buscó por toda la casa, debajo de la cama, detrás de las cortinas, ¡incluso preguntó a su gato! Pero el mayal mágico se había esfumado, como por arte de magia.

    Y así, el campesino, que había tenido tanta suerte, volvió a ser pobre. Se dio cuenta de que la riqueza que no se cuida y el trabajo que se abandona, se van volando. Y quizás, solo quizás, aprendió que es mejor trabajar con alegría y compartir lo que se tiene, que desear lo que tienen los demás sin esfuerzo.

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