• Hans el erizo

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En una granja no muy lejana, vivía un granjero que soñaba despierto con tener un hijo. Su esposa y él lo deseaban con todas sus fuerzas. Un día, el granjero suspiró y dijo en voz alta: "¡Ay, cómo me gustaría tener un niño! ¡No me importaría si fuera un erizo, con tal de tener uno!"

    Poco tiempo después, ¡sorpresa! Su esposa tuvo un bebé, pero no era un bebé común. Era mitad niño por arriba y mitad erizo por abajo. ¡Tenía púas como un erizo de verdad! Lo llamaron Juan el Erizo.

    Al principio, el granjero no sabía qué hacer. Juan el Erizo no podía dormir en una cuna normal porque pinchaba, así que le hicieron una camita de paja suave detrás de la estufa. Allí pasaba los días, un poco solito.

    Cuando Juan el Erizo creció un poco, le dijo a su padre: "Papá, quiero una gaita y un gallo muy grande para montar. Me voy al bosque". El padre, aunque un poco triste, le consiguió lo que pedía.

    Así que Juan el Erizo, montado en su gallo como si fuera un caballo y tocando su gaita con alegría, se adentró en el bosque. Allí encontró un lugar tranquilo donde cuidaba de los cerdos y otros animalitos, y su música llenaba el aire.

    Un día, un rey que se había perdido cazando escuchó la música. Siguió el sonido y encontró a Juan el Erizo. "¡Oh, muchacho erizo!", exclamó el rey. "¿Podrías enseñarme el camino para salir del bosque y volver a mi castillo?"

    Juan el Erizo, muy astuto, le dijo: "Claro que sí, Majestad. Pero con una condición: cuando llegue a su castillo, me dará lo primero que salga a recibirle". El rey, pensando que sería su perro favorito, aceptó encantado.

    Juan el Erizo guio al rey fuera del bosque. Pero cuando el rey llegó a su castillo, ¡la primera en salir corriendo a abrazarlo fue su hija, la princesa! El rey se puso muy pálido, pero no dijo nada. Juan el Erizo le recordó la promesa y le dijo que volvería a por ella.

    Pasó un tiempo, y otro rey diferente también se perdió en el mismo bosque. De nuevo, escuchó la gaita de Juan el Erizo. Le pidió ayuda y Juan el Erizo le puso la misma condición: "Me dará lo primero que salga a recibirle en su castillo". Este rey también aceptó, pensando en algún sirviente.

    Pero, ¡oh casualidad!, cuando este segundo rey llegó a su hogar, la primera en salir a recibirlo fue también su única hija, otra princesa. Este rey, sin embargo, era muy honesto y le contó a su hija la promesa que había hecho. La princesa, que era muy buena y valiente, dijo: "Padre, una promesa es una promesa. Iré con Juan el Erizo cuando venga".

    Cuando llegó el momento, Juan el Erizo fue primero al castillo del primer rey. La princesa de allí tenía mucho miedo de sus púas y no quería saber nada de él. Juan el Erizo, un poco enfadado, la hizo subir a su gallo, pero como ella se quejaba tanto, la pinchó un poquito con sus púas y la mandó de vuelta a su castillo, muy avergonzada.

    Luego, Juan el Erizo fue al castillo del segundo rey. La princesa de este reino lo esperaba con una sonrisa amable. No le tenía miedo a sus púas. Se preparó una gran boda.

    En la noche de bodas, Juan el Erizo le dijo a su nueva esposa: "Querida princesa, por favor, pide que enciendan una gran hoguera en el patio y que cuatro hombres con horquillas se pongan a su alrededor". La princesa, aunque extrañada, hizo lo que le pedía.

    Entonces, Juan el Erizo se acercó al fuego, se quitó su piel de erizo como si fuera un abrigo y la arrojó a las llamas. ¡Puf! La piel se quemó. Y allí, de pie, ¡había un joven muy guapo! Las púas habían desaparecido.

    La princesa estaba maravillada y muy feliz. Resulta que Juan el Erizo había estado bajo un encantamiento.

    Invitaron al viejo granjero, el padre de Juan, a vivir con ellos en el castillo. ¡Estaba tan contento de ver a su hijo convertido en un apuesto príncipe!

    Y así, Juan, que ya no era un erizo, y su valiente princesa vivieron felices para siempre, reinando con bondad y alegría.

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