• El rey de la montaña de oro

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un país donde el sol brillaba con especial alegría, vivía un comerciante que, de repente, ¡zas!, perdió toda su fortuna. Estaba muy triste, sin saber qué hacer, cuando un día, caminando por el bosque, se encontró con un hombrecillo muy pequeño y vestido de negro.

    "¿Por qué estás tan triste?", preguntó el hombrecillo.
    El comerciante le contó sus penas.
    "No te preocupes", dijo el hombrecillo. "Te haré rico de nuevo, más rico que antes. Pero dentro de doce años, deberás darme lo primero que roce tu pierna cuando llegues a casa".
    El comerciante, pensando en su perro fiel, aceptó el trato sin dudar.

    Al llegar a casa, rebosante de alegría por su nueva fortuna, lo primero que corrió a abrazar sus piernas no fue su perro, ¡sino su pequeño hijo! El comerciante se puso pálido como el papel, pero ya no podía hacer nada.

    Pasaron los doce años. El niño creció y se convirtió en un joven valiente e inteligente. Cuando llegó el día, el comerciante, con el corazón encogido, le contó a su hijo sobre el pacto con el hombrecillo. El joven, sin miedo, dijo: "Padre, no te preocupes, iré".

    El joven fue al bosque, y allí estaba el hombrecillo negro esperándolo. Lo llevó hasta un río y lo subió a una pequeña barca que se movió sola, llevándolo a una orilla desconocida. Allí encontró un castillo enorme y oscuro. Al entrar, todo estaba en silencio, hasta que una serpiente grande y brillante se deslizó hacia él.

    "¡No temas!", siseó la serpiente. "Soy una princesa encantada. Para liberarme, debes pasar tres noches en este castillo. Durante esas noches, vendrán doce hombres vestidos de negro. Te golpearán y te harán sufrir, pero no debes decir ni una palabra, ni moverte, pase lo que pase. Si aguantas, seré libre y tú serás mi esposo y el rey de la Montaña Dorada".

    El joven aceptó. La primera noche, llegaron los doce hombres y lo golpearon sin piedad. Él no dijo nada. La segunda noche, volvieron y lo atormentaron aún más, incluso con fuego. Él aguantó en silencio. La tercera noche, los tormentos fueron terribles, casi no podía soportarlo, pero recordó su promesa y no emitió ni un sonido.

    Cuando amaneció el tercer día, los hombres desaparecieron y la serpiente se transformó en la princesa más hermosa que jamás había visto. Se casaron con gran alegría y él se convirtió en el Rey de la Montaña Dorada. Vivieron felices durante ocho años y tuvieron un hijo.

    Un día, el rey sintió una gran nostalgia por su padre. La reina le dijo: "Puedes ir, pero ten cuidado. Te daré este anillo mágico. Todo lo que desees con él se cumplirá. Pero prométeme que cuando estés con tu padre, no desearás estar de vuelta aquí conmigo en la Montaña Dorada". Él lo prometió.

    Se puso el anillo y deseó estar en la ciudad donde vivía su padre. Al instante, apareció allí. Pero su padre no lo reconoció, pues vestía ropas sencillas. El rey le contó quién era, pero el padre no le creyó del todo. Un día, mientras comían, el rey, sin pensar, suspiró: "¡Ay, cómo me gustaría estar ahora mismo en la Montaña Dorada con mi esposa y mi hijo!".

    Apenas dijo estas palabras, ¡zas!, se encontró de nuevo en la Montaña Dorada. Pero el castillo había desaparecido. En su lugar, solo había una cabaña solitaria. Su esposa y su hijo no estaban, y el anillo mágico ya no estaba en su dedo.

    Triste y solo, comenzó a caminar. Llegó a un lugar donde tres gigantes discutían acaloradamente.
    "¿Qué os pasa?", preguntó el rey.
    "Hemos encontrado tres tesoros", dijo uno, "una capa que te hace invisible, unas botas que te llevan a cualquier sitio en un parpadeo y una espada que puede cortar cualquier cosa y hacer rodar cabezas con solo desearlo. Pero no sabemos cómo repartirlos".

    El rey, astuto, les dijo: "Corred hasta aquella montaña lejana. El primero que llegue se quedará con todo".
    Los gigantes, sin pensarlo dos veces, empezaron a correr. Mientras estaban lejos, el rey se puso las botas, tomó la capa y la espada, y deseó estar donde estaba su esposa.

    Las botas lo llevaron volando hasta un gran castillo donde se celebraba una fiesta. Su esposa, la reina, estaba sentada en una mesa, muy triste, porque la iban a obligar a casarse con otro. El rey se puso la capa invisible y se acercó a ella. Cada vez que le servían comida o bebida, él, invisible, se la quitaba antes de que ella pudiera probarla. La reina se extrañó mucho y pensó: "¿Estaré soñando?".

    Finalmente, cuando le sirvieron un trozo de pastel, él lo tomó y le dio un mordisquito. Luego, se quitó la capa por un instante para que ella lo viera y le dijo en voz baja: "Tu verdadero esposo está aquí".
    La reina se llenó de alegría. El rey se hizo visible para todos, sacó su espada mágica y dijo: "¡Nadie se casará con mi esposa!". Los invitados y el nuevo pretendiente se asustaron tanto que salieron corriendo del castillo.

    Así, el rey y la reina de la Montaña Dorada se reunieron de nuevo. Con la espada, las botas y la capa, recuperaron su reino y vivieron felices para siempre, esta vez, aprendiendo a tener mucho cuidado con los deseos.

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