• La lila

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un reino lleno de flores y sol, una reina buena y amable soñaba con tener un bebé más que nada en el mundo. Un día, mientras paseaba por su jardín, un ángel con alas brillantes como el arcoíris se le acercó y le dijo con voz suave: "No estés triste, reina. Pronto tendrás un hijo, y todo lo que él desee con el corazón se hará realidad".

    ¡Y así fue! Poco tiempo después, nació un principito con ojos curiosos y una sonrisa dulce. La reina estaba tan feliz que no cabía en sí de gozo. Un día, jugando con su bebé, le dijo: "Ay, hijito, ¡cómo me gustaría que tuviéramos un castillo nuevo y reluciente!". El principito balbuceó algo y, ¡chas!, como por arte de magia, apareció ante ellos el castillo más hermoso que jamás se había visto, con torres altas y jardines llenos de flores de mil colores.

    Pero en la cocina del castillo trabajaba un cocinero con cara de pocos amigos y un corazón un poquito envidioso. Un día, mientras la reina tomaba un baño relajante, el cocinero malvado raptó al principito. Para que nadie sospechara de él, untó el delantal de la reina con un poco de mermelada de fresa y corrió a decirle al rey: "¡Majestad, la reina se ha comido al príncipe!".

    El rey, sin poder creer lo que oía y con el corazón roto, se enfadó muchísimo y ordenó que encerraran a la reina en la torre más alta del castillo. Pero no se preocupen, porque cada día dos ángeles buenos bajaban del cielo para llevarle comida y hacerle compañía.

    Mientras tanto, el cocinero malvado llevó al principito a la casa de otro cocinero, que vivía en el bosque. El principito, aunque era pequeño, era muy listo. Escondido en un rincón, deseó: "Quisiera un plato de sopa calentita para mí y para el cocinero". ¡Y al instante, apareció la sopa! El cocinero del bosque se dio cuenta de que el niño era mágico y pensó en hacerle daño para quedarse con sus poderes.

    Pero la hija de este cocinero, que era una niña buena y valiente, escuchó el plan y decidió ayudar al principito. Por la noche, mientras su padre dormía, lo ayudó a escapar. Para engañar a su padre, cocinó un pequeño ciervo que había encontrado y le hizo creer que era el príncipe.

    El principito, solo en el bosque, tuvo una idea. Deseó con todas sus fuerzas: "¡Quiero convertirme en un ciervo para que nadie me encuentre!". Y ¡puf!, se transformó en un hermoso ciervo de pelaje suave.

    Un día, el rey de un país vecino (que, sin saberlo, era el padre del principito) salió de caza. Vio al ciervo mágico y lo persiguió con sus cazadores. El ciervo corrió y corrió hasta que llegó al palacio del rey y se metió dentro. Cuando el rey lo encontró, el ciervo habló con voz de niño: "Por favor, no me hagas daño. Soy un príncipe encantado, ¡soy tu hijo!". Y en ese momento, volvió a ser un niño.

    El rey no podía creer lo que veía. ¡Era su hijo perdido! El principito le contó toda la terrible historia del cocinero malvado. Lleno de alegría por haber encontrado a su hijo y de furia contra el cocinero, el rey regresó a su reino.

    El cocinero malvado fue descubierto y, como castigo por sus mentiras y su maldad, tuvo que pelar cebollas durante un año entero, ¡así que lloró muchísimo! La reina fue liberada de la torre y hubo una fiesta enorme en el palacio. La reina, el rey y el principito se abrazaron muy fuerte.

    Y desde ese día, todos vivieron muy felices, y el principito a veces deseaba montañas de helado y juguetes divertidos para compartir con todos los niños del reino.

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