• El Lobo y el Hombre

    Cuentos de los Hermanos Grimm
    En un bosque grande y verde, vivía un lobo que se creía el más fuerte de todos. Un día, charlando con su amigo el zorro, el lobo dijo:
    —Zorro, no entiendo por qué le temes tanto a los humanos. ¡Seguro que no son tan fuertes como yo!
    El zorro, que era muy astuto, le contestó:
    —Amigo lobo, no es solo la fuerza. Los humanos son muy listos y tienen trucos que no te imaginas.
    —¡Bah! ¡Quiero ver a uno! —insistió el lobo—. Llévame donde pueda encontrar a un humano.
    —Está bien —dijo el zorro—. Mañana temprano te llevaré a un sendero por donde suelen pasar.

    Al día siguiente, muy de mañana, el zorro llevó al lobo cerca del sendero.
    Primero, vieron a un viejito caminando despacio, apoyado en un bastón.
    —¿Ese es un humano? —preguntó el lobo, un poco decepcionado—. ¡No parece muy fuerte!
    —Ese fue un humano fuerte en su tiempo —explicó el zorro—, pero ya no lo es tanto. Espera un poco.

    Al rato, pasó un niño pequeño con su mochila, canturreando camino a la escuela.
    —¿Y ese? —dijo el lobo—. ¡Es muy pequeño! ¡Podría comérmelo de un bocado!
    —Ese será un humano fuerte algún día —respondió el zorro—, pero todavía no. Ten paciencia.

    Finalmente, apareció un cazador. Llevaba un palo largo y brillante sobre el hombro (era una escopeta) y un cuchillo grande en su cinturón.
    —¡Mira, lobo! —susurró el zorro—. ¡Ese es un humano de verdad! ¡Con él debes tener cuidado!
    El lobo, sintiéndose valiente, dijo:
    —¡Voy a acercarme! ¡No me da miedo!
    Y se lanzó hacia el cazador.

    Cuando el cazador vio al lobo corriendo hacia él, no se asustó. Levantó su palo brillante, apuntó y ¡PUM! Salió un ruido muy fuerte y el lobo sintió un dolor agudo y un montón de cositas picantes en la cara.
    —¡AUUUUU! —gritó el lobo, y salió corriendo lo más rápido que pudo, con el rabo entre las patas.

    Volvió cojeando donde el zorro, que lo esperaba con una sonrisita.
    —¡Ay, zorro, zorro! —se quejó el lobo—. ¡Ese humano es terrible! Primero, sacó ese palo largo de su hombro y me sopló algo en la cara que me picó muchísimo y me hizo ver estrellas.
    El zorro asintió.
    —Luego —continuó el lobo, todavía temblando—, cuando quise acercarme otra vez, sacó otro palo más delgado de su cinturón (era la baqueta para limpiar el cañón) y ¡zas!, me dio un golpe que casi me tumba.
    —Ajá —dijo el zorro.
    —Y por si fuera poco —terminó el lobo—, después sacó un cuchillo brillante y afilado de su costado. ¡Si no corro rápido, seguro me cortaba en pedacitos!

    El zorro sonrió y dijo:
    —¿Ves, amigo lobo? Te dije que los humanos son listos y tienen herramientas poderosas. No es solo fuerza bruta lo que cuenta.
    Desde ese día, el lobo aprendió a tener mucho más respeto por los humanos y sus extraños palos ruidosos. Y entendió que ser el más fuerte no siempre es suficiente.

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